lunes, 13 de abril de 2009

"UNA VICTORIA SIN SUFRIR SÓLO ES GANAR, NO VENCER"



Aquí te traigo una interesante entrevista. En ella podrás ver "la otra cara de la moneda" de los inmigrantes venidos de África, esos que se juegan la vida en un cayuco o patera para intentar vivir una vida digna, tal y como merecen.

Los informativos en los medios de comunicación nos anuncian cotidianamente la llegada de pateras a las costas españolas, ya sea de Canarias o de Andalucía, sobre todo en cuanto empieza el buen clima. En las imagenes de TV podemos apreciar el estado deplorable de personas que han sobrevivido horas y horas a la incierta travesía hacia el Paraiso, su pretendido paraíso! Otros, ni siquiera llegan vivos! Para lograrlo, han pagado cuantiosas sumas a la mafia correspondiente, que se lucra de la desgracia ajena en países pobres, donde la única solución para llevar una vida digna es emigrar. Evidentemente, es un fenómeno relativamente reciente, auspiciado por los gobernantes de esos países, que la ven como una manera de solucionar el subdesarrollo y el crecimiento demográfico desmesurado... ¿le llamarán también sostenibilidad, como nuestros políticos llaman a destrozar suave y sigilosamente nuestro planeta herido?

Nosotros, espectadores de esa barbarie humana, la contemplamos desde nuestra poltrona primer-mundista, como si de algo ajeno se tratara, sin recordar que fuimos nosotros quienes les despojamos de sus preciados recursos naturales y que en nuestra post-guerra fueron muchos los españoles que también debieron emigrar para tener esa vida soñada. Pero más alla de la historia escrita, en nuestro día a día convivimos con ese fenómeno migratorio y casi inhumano. Muchas de las familias burguesas españolas en las grandes ciudades contratamos a esos inmigrantes para las labores domésticas o para cuidar a los niños o ancianos de nuestros hogares; en medios rurales, en cambio, se les contrata a destajo y a bajo coste para labores en la cosecha de lo que diariamente llena nuestro nutrido cesto de la compra. Queramos o no, estamos involucrados en la buena marcha del mundo alrededor nuestro, así como en la dignidad de cada una de las personas que conforman nuestro personal entorno humano. Ya sean indigentes de la calle, personas del servicio doméstico, peones de nuestros campos... son personas en las que, consciente o inconscientemente, confiamos lo mas valioso de nuestra propia vida, como son nuestros hijos o padres acianos y dependientes, nuestra alimentación y nuestro futuro progreso y bienestar en la sociedad!

Te invito a que leas esta sorprendente entrevista que descubre la vida tras una patera. Difrútala y cambia tu opinión sobre esas personas que abandonan sus raíces para vivir como merecen.
Y aprende de su particular visión de la vida!

Abderrahman Ait Khamouch, 22 años, atleta surgido del desierto."Puedes vivir sin brazo, pero no sin corazón". La Contra de La Vanguardia. VÍCTOR-M. AMELA - 06/04/2009

Qué pasa si ve el mar?

Me entran escalofríos.

¿Malos recuerdos?

Sí: veinticinco horas apretujado en la proa de una barcaza en medio del océano...

¿Adónde iba?

A una vida mejor que la del desierto. Tenía 15 años y un solo brazo.

¿Cómo perdió el brazo?

A los ocho años, jugando en mi aldea, caí en un pozo seco. El brazo se me rompió, se infectó. Aquí me lo hubiesen curado bien, pero allí... Se gangrenó, y estuve a punto de morir. Me lo amputaron justo a tiempo.

Su vida no ha sido fácil, desde luego...

Agradezco todas las dificultades: me enseñan a disfrutar más lo que consigo. "Si quieres miel, aguanta las picaduras": es mi lema.

¿Dónde embarcó?

En una cala perdida, cerca de Sidi Ifni, frente a las islas Canarias, de madrugada.

¿Quién le llevó hasta ahí?

La mafia de las pateras: pagamos y esperamos varios días en una jaima del desierto, hasta que nos condujeron (en un 4x4) a la barca. En mi barcaza viajaba también una chica embarazada: eran dos vidas en una.

¿No temía morir ahogado?

Era mi cuarto intento: estuve a punto de morir tres veces. Partimos diez cayucos esa noche, y no todos llegaron a Canarias... ¡Pero peor era renunciar a mi sueño! A cada uno le empujaba su sueño: el de la chica embarazada era que su hijo naciese en España.

¿Y cuál era su sueño?

Llegar a España para trabajar y poder enviar dinero a mi madre, ¡y ser un atleta!

¿Cómo era la vida en su pueblo?

Tranquila, monótona y muy humilde, en la puerta del desierto. Vivíamos mi madre y mis hermanos en una choza de barro con goteras. De mi padre no sabíamos nada, se fue al norte siendo yo muy pequeño...

¿De qué vivían allí?

De comer pan, dátiles y té. Cada día. Y nada más. Yo trepaba a las palmeras, recolectaba dátiles y los vendía. Haces pequeños trabajos, vendes algo, te ofreces como guía...

¿Y estudiaba?

Mi escuela estaba a diez kilómetros de casa. Iba cada día a pie. Iba corriendo, y así podía quedarme en la cama un rato más. Luego corría... y siempre llegaba a tiempo.

¿Así empezó su carrera de atleta?

Sí. Un día unos turistas organizaron en el desierto una carrera para todas las edades... ¡y gané yo! Tenía diez años, me faltaba un brazo, ¡y triunfé! Deseé emigrar a España y ser atleta... Vendía dátiles para ahorrar.

(...)

¿Qué hizo al llegar la barca a Canarias?

Desembarcamos en una playa de Fuerteventura: "¡Estoy vivo, piso el planeta!". Estaba agotado, pero corrí a los montes, y acabamos un grupito escondidos en una cueva.

¿Qué temían?

Te detienen, y repatrían a los mayores de edad. Los menores van a un centro hasta que cumplen 18 años y pueden devolverlos.

¿Cuántos días aguantaron en la cueva?

Los que duraron los cinco dátiles y cinco tapones de agua por persona y día: siete días.

¿Y qué hicieron luego?

Mi amigo Yusuf y yo, menores, bajamos al pueblo a comprar. Fue la primera vez que vi un supermercado: me bloqueé. ¡Nunca había visto tanta abundancia! La cajera debió de recelar: la Guardia Civil nos detuvo al salir. Escapamos del centro de menores. Un señor mayor nos escondió hasta que el hermano de Yusuf, que vivía en Bilbao, vino a buscarnos. Y volé en avión por primer vez.

¿Y adónde fue?

Yo, a Barcelona: era Navidad, hacía frío, y esa noche dormí en la plaza Catalunya. ¡Fue duro! Viví en centros de acogida, en pisos de inmigrantes, trabajé como correo comercial, acabé durmiendo en la calle otra vez...

¿Y cuándo empezó a mejorar la cosa?

Cuando me apunté a la Cursa de El Corte Inglés, corrí, corrí... y quedé entre los primeros. Me llamaron para los Campeonatos de España, ¡y gané los 800 metros!

¿Qué le diría al rey de Marruecos?

Que ojalá sus gobernantes colaboren con él y sean eficientes en ayudar a la gente.

¿Y a los niños de su pueblo?

¡Todos quieren ahora ser como yo...! Les digo que puedes vivir sin coche, pero no sin amor. Que puedes vivir sin brazo, pero no sin corazón. Y que la vida te da lo que deseas de verdad.

Mi madre quiere que sea feliz. Está contenta. Yo también, porque he podido hacerle una casa nueva... Si miro atrás, ¡me parece todo tan increíble! Hoy, todos los niños de mi pueblo quieren ser como yo. Yo nunca dejaré de superar obstáculos: una victoria sin sufrir sólo es ganar, no vencer.

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