martes, 19 de mayo de 2009

EL MAR DE LA VIDA



Siempre he dicho que el mar ha atemperado mi personalidad y ha configurado mi destino. Mis muchas horas navegando a vela por el Mediterráneo cuando era joven me hicieron ver y vivir la vida de una especial manera. Aprendí a navegar en encrespados mares tormentosos, en apacibles aguas cristalinas, bajo bóvedas celestes plagadas de estrellas y astros iluminando la negra noche, frente a costas escarpadas y frente a ocres playas de arena fina. En momentos sentí miedo reverencial ante un mar bravo y desapacible, como segundos después sentí la inmensidad de su calma cristalina. Aprendí a sentirme insignificante en su inmensidad, a la vez que aprendí a sentirme parte de él, confortable y plácidamente, meciéndome con su brisa cálida. Eso configuró casi todo lo que hoy soy, aunque hasta ahora no he sido capaz de aceptarlo, de considerarlo un mágico encuentro conmigo mismo, para siempre.

Muchos autores han utilizado el mar como símil de la vida, de nuestra vida. El mar es cambiante, cada segundo que pasa es distinto, siempre fluye. Las olas son, minuto a minuto, diferentes, ahora vienen, ahora van. El color del mar también cambia, según la profundidad, el fondo marino o el color del cielo que le envuelve. El propio mar va configurando, ola a ola, el contorno de la costa que le rodea, creando playas de arena fina o de escarpados acantilados. De vez en cuando las mareas nos recuerdan que el mar tiene energía propia y ocupa el espacio vacío de la costa. El mar tiene temperamento propio pues, en función del viento o de la temperatura, se encresta o se calma, crea remolinos o dulces olas que lo van meciendo hasta llegar a la orilla… Así el mar, como la vida misma, va permanentemente tomando forma, cambiando segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, día a día.

Así es nuestra vida, aunque nos empeñemos en negarlo. Intentamos hacer de nuestra vida algo previsible, algo controlado, para sentirnos seguros. Y, haciéndolo, no logramos más que negar la evidencia de la vida. Porque la vida es innegociable, imprevista y eternamente cambiante, por definición… como el mar. Pero, como éste, nunca nos es del todo ajena ni contraria a nosotros, aunque a veces la veamos así. Las cosas son en nuestra vida como tienen que ser, ni más ni menos. Las olas en nuestra vida son los sucesos cotidianos que salpican y modulan nuestra existencia, para ir modelando nuestros vicios y virtudes, para ir configurando nuestras relaciones con el entorno humano y natural nuestro, tal y como hace el mar con sus costas. El color de nuestra vida lo otorga lo vivido, lo sentido en nuestro interior, como si del fondo marino se tratara; eso cambia nuestro color y nuestra forma de ver y de vivir la vida. Las mareas de nuestra vida, en las que los sucesos inundan nuestras vivencias, hacen que seamos capaces de recordar la potencia de la vida en nuestra vida, para que aprendamos a respetarla. En cada momento la vida, como el mar, muestra su propio temperamento, propiciando enormes olas de sentimientos o brindándonos la calma de nuestras emociones más profundas. Así, la vida, como el mar, fluye a cada instante y nos regala la experiencia de disfrutarlo en todo su esplendor y sin provocar miedo. Por que, a la vida, como el mar, hay que respetarla por lo que es, por lo que parece en cada instante; la vida nos recuerda constantemente su devenir, su imprevisible duración y su final, nuestra muerte.

Es inútil resistirse a todo ello, como lo sería intentar desesperadamente detener el mar y su movimiento constante y aspecto cambiante. Así, la vida es algo inevitable, cambiante y, por todo ello, siempre sorprendente. Solo debemos tener la esperanza suficiente de que la vida, como el mismo mar, siempre nos lleva a buen puerto, a nosotros mismos y a sacar a la superficie lo que tenemos todos y cada uno dentro. La propia vida, con sus olas, mareas y cambios permanentes, propicia el encuentro entre las profundas emociones de nuestro fondo con las circunstancias externas… y el resultado no es otro que ese ser especial que aúna esa esencia interior balanceada por los acontecimientos externos que nos ofrece la vida. En la vida, como en el mar, se encuentra el alma nuestra –mitad divina, mitad humana- del fondo y nuestras vivencias superficiales que no hacen otra cosa que enseñarnos a crecer y a ser tal como somos.

Así el mar se muestra como un fiel reflejo de nuestra vida. Como al mar, a la vida hay que respetarla, dejarnos sorprender por su movimiento constante y dejarnos llevar por su fluido vaivén permanente, sin temerla, considerándonos parte consustancial de ella y disfrutando de ese cambio afortunado que día a día nos ofrece para llegar a ser lo que siempre soñamos.

Mira el mar, analiza tu vida y déjate llevar por la majestuosidad de su oleaje y de su calma. Busca tu alma frente al mar, pues ella, como el mismo mar, susurra su verdad en un constante y casi imperceptible sonido. Respira el aroma de su salitre, que impregna el aire que le rodea. Admira su olor cambiante, embriágate de su maravilloso color. Te invito a que veas el mar como tu propia vida, cambiante, propia y singular como tú mismo!

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