viernes, 20 de febrero de 2009

¿DÓNDE ESTÁ DIOS?


No pretendo otra cosa que describir lo que siento sobre la presencia de Dios, Alá, Buda... en nuestra vida. No es una declaración de principios, sino una reflexión en voz alta de mis creencias en cuanto a la espiritualidad del ser humano y cómo lo vivo, espero no herir susceptibilidades. Quizás te recordará en algo a lo vivido por ti o por personas cercanas... o al mismo espíritu explicado en la Biblia. Seguramente tampoco es una casualidad...


El Nacimiento


Cursé mis estudios de secundaria en un colegio religioso, La Salle. A pesar de su tenaz y prolongado intento, lograron inculcarme intelectualmente sus valores, pero no supieron convencerme internamente de éstos, ni mucho menos, conmoverme. Así, con el vaivén de la vida, esos valores se fueron diluyendo a través del tiempo. Seguramente todo empezó cuando, para culpar a alguien concreto de mi dificultosa y ajetreada vida personal, conseguí convertir a Dios en casi mi gran enemigo. No me asistía, ni, al parecer, le preocupábamos yo, ni mi vida. Claro que, tal y como está el mundo, bastante trabajo debía tener intentando enmendar lo que el ser humano se obstinaba en destruir, es decir, la paz, la armonía y el entorno natural. Debía ser su prioridad! Aún así, me sentía desprotegido y, a la vez, perseguido por su exigente, permanente y divina mirada con el fin de castigarme si faltaba a sus divinos preceptos. Así, la iglesia, imperfecta y política como cualquier organización humana, se convirtió en mi Tribunal de Cuentas, o sea, donde yo debía pagar y purgar por mis penas y mis faltas, bajo la crítica mirada de un intermediario. Claro que fue relativamente fácil menospreciar a la iglesia institución, culpabilizándole de sus evidentes e irreparables errores históricos y de su crónica falta de valentía frente a las flagrantes injusticias en nuestro mundo -que huelga mencionar aqui- lo suficiente como para desacreditarla como referente en mi vida. Dios y su iglesia desaparecieron de mi vida! En aquella época juvenil, alentada por el idealismo, la excesiva rigidez y la autoexigencia personal, era fácil buscar y encontrar "enemigos" para culpar por mis propios errores e incertidumbres personales y, lo que es peor, diluir mi propia responsabilidad ante lo que acaecía en mi vida. Supongo que es un mal y demasiado común hábito humano!

La vida

Pero el tiempo pasó. Y con él fue llegando la claridad a mi vida. Supongo que la meditación, el sentido común y aprender de los errores trajo consigo una cierta sabiduría. Fueron muchos paseos por la naturaleza, muchas horas navegando por la inmensidad del Mediterráneo, muchos cafés humeantes compartidos con personas de todo tipo y condición y mi característica innata curiosidad y pasión vital, lo que me permitió cambiar completamente mi percepción de la vida. En un principio, esa introspección fue algo solo mental, algo premeditado y clandestino. Es decir, vivía la vida de siempre, pero empezaba a sentirme en otra vida diferente. Ni que decir tiene que el miedo al cambio se apoderó de mí, pues a nivel personal había logrado conciliar ese mundo loco que me disgustaba, con una vida ajena, pero -en terminos generales- conveniente, plácida y satisfactoria, al menos aparentemente. Pero bastaba una simple y leve oscilación, un ligero quiebro en mi día a día, para sentirme de nuevo desasistido, frágil e inseguro ante las circunstancias adversas o, simplemente, imprevistas. Estaba claro que ese no era un sólido asidero para mi vida. Ni que decir tiene que lo que yo había previsto para mi vida ya organizada, no llegó a cumplirse nunca... aunque deberé admitir que, visto con perspectiva histórica, la realidad de mi vida siempre superó con creces mis limitados pronósticos, fueran buenos o malos, humanamente hablando.

La Muerte

No es fácil resumir una vida de cuarenta y muchos años en unas lineas, como para tí no sería soportable aguantarlo. Hoy solo puedo afirmar con una cierta contundencia que ese miedo ante la evidencia de la vida fue diluyéndose con el tiempo y con la edad. Y no hay mérito en ello, sino llegar a evidenciar que la vida es como es, queramos o no admitirla! Y que conste que no hay resignación en ello! Así, aprendí poco a poco a confiar en la vida y en mi libertad para, equivocándome o no, aprender a vivirla intensamente, tal como fluía. Esa toma de conciencia no fue fácil, aunque sí liberadora! Por un lado, asumí algo importante en la vida de cualquier persona, como es el ineludible papel de protagonista que cada uno tenemos en nuestra vida y en todo lo que sucede en ella. Así, resultaba inútil -y contraproducente- seguir buscando culpables a lo que vivía. No hay cosa que resulte más tranquilizador que asumir que lo que pasa con nosotros y con nuestra vida depende de uno, de nadie más! Esto trajo consigo el privilegio de sentirme satisfecho y, por otro lado, me instigó a intentar mejorar las cosas. Tuve que perdonarme a mí mismo por los errores cometidos, entenderlos como el necesario aprendizaje para llegar al hoy y, sobre todo, exculparme y exculpar a la larga lista de personas que durante años había permitido interferir en lo que a mí me sucedía. Es fácil de decir, pero cuando una persona es exigente y estricta consigomisma, es una tarea árdua. Eso me trajo la paz interior y la paz exterior, con el entorno. No más culpables, no más víctimas! Con más tiempo, logré que, donde hubo antes miedo, fluyera el amor que todos y cada uno tenemos dentro. Eso me brindó una nueva visión de la vida y del mundo que me rodeaba, aunque es un proceso y, como tal, durará toda la vida. Hoy solo puedo hablar de porcentajes, pero puedo afirmar que, en una gran parte de mi tiempo, siento asi, de una nueva forma, mi vida!

La Resurrección!

Y volviendo al principio del texto, repesco la presencia o no de Dios en mi nueva vida. Durante este largo y penoso redescubrimiento de mí mismo, siempre tuve la sensación de que -el antaño justiciero- Dios estuvo guiñándome irónicamente el ojo! Así, redescubrí un Dios distinto, afable, cómplice mío y de mi vida... y, lo que es mejor, que me dió en su día la capacidad de descubrirle, descubriéndome a mí mismo. Supongo que hoy para mí es un Dios ya amoroso, cordial e interno, que comparte mi alma y con ella, todo lo que en mi vida sucede. Ya no es el lejano, ajeno y justiciero de las carencias humanas, sino Alguien que desde dentro nuestro, observa nuestros pasos, aunque nos da la libertad para andar nuestro propio camino. Muy diferente a ese dios que la iglesia preconiza, pero más de acuerdo con el Dios que todos desconocemos pero sentimos interiormente, si sabemos y queremos escucharle. Así, el metafórico Cielo o el Infierno se convierten en estados del alma, que cambian de uno al otro, cuando nos acercamos o nos alejamos de nosotros mismos y de nuestra cualidad de Dios hecho hombre. Ese es mi Dios hoy y ahora! Alguien que está en mi vida, que me deja equivocar para aprender siendo humano y, a la vez, me exije amar para cambiar el mundo, como ser divino.

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