jueves, 12 de febrero de 2009

EL INSULTO GRATUITO



Una lectora, a día de hoy anónima, me envía este interesante artículo del prolífico padre de familia y periodista catalán Joan Barril (Barcelona, 1952), veterano columnista de diarios como La Vanguardia, El País y el Periódico de Catalunya, que suele escribir sobre las relaciones humanas. Autor de un fantástico libro, "Condición de padre" (Ed. Santillana, 1998), en el que, de forma magistral, describe cómo un hombre engrandece su vida con la paternidad.

Esta vez, en este texto que reproduzco, recala en algo desgraciadamente más común y cotidiano, como es el uso del insulto en nuestra sociedad actual. Basta ver cómo se ha introducido en los guiones de TV, de cine y en la propia calle. Supongo que el insulto entre personas es un síntoma de la falta de respeto y de la descalificación gratuita y, por tanto, es un ejemplo de que algo no va bien en las relaciones humanas actuales. Te invito a leerlo y a difrutarlo.


6/2/2009 LOS DÍAS VENCIDOS

El insulto del hijo
JOAN BARRIL

La amistad es ese estado del espíritu compartido en el que todas las críticas se consideran una muestra de aprecio. Los amigos o las amigas de verdad son emisores y receptores de consejos sobre las cosas más íntimas. Los amigos son los que intentan poner algo de razón a la pasión amorosa con terceros. Son los que dan pistas sobre cómo resolver problemas laborales, fiscales o conyugales. Todo está abierto a la consulta del amigo de verdad sabiendo que todo va a ser también recíproco. Y, sin embargo, hay algo que permanece intocable: podemos decir que la pareja no conviene, que hay trabajos mejores e incluso que ya sería hora de afrontar los propios defectos. Pero, cuando hay hijos de por medio, ahí se acaba la complicidad. No hay nada más difícil y más arriesgado que entrometerse en la buena o la mala educación del hijo de un amigo. Será, tal vez, porque en estos tiempos en los que hemos dejado el autoritarismo en la basura ya ningún padre, vistos los resultados, tiene una gran autoridad moral para considerar que lo que tenía que hacer lo ha hecho bien. Se tenían que poner límites y nadie los ha puesto. El resultado es una curiosa frustración paterna. Ya no están a tiempo de corregir. Sus hijos continúan siendo los más guapos del mundo, pero algo hay que falla en su socialización.
Demasiado a menudo, inmerso en alguna celebración en las que coinciden varias familias con pocos vínculos en común, he observado a niños de 10 años que, contrariados por una advertencia de su padre, no dudaban en insultarle. No hay gradación en el insulto. No es más grave llamar "hijoputa" a un padre que llamarle "idiota". Lo grave es esa frivolidad del insulto y esa manera lamentable de marcar el paquete de la adolescencia sabiendo, como sabe el hijo, que el padre ya no puede hacer nada para reeducar al insultante.
Cabe preguntarse de dónde viene esa tendencia al insulto entre personas de distintas edades y condiciones. Hay jóvenes --y ya no tan jóvenes, porque nos crecen-- que insultan al viejo por viejo, al gordo por gordo. Ya no digamos al inmigrante, al revisor del tren o al vecino que les increpa porque son las cuatro de la madrugada y se han sentado a gritar bajo sus ventanas. La juventud necesita enemigos con los que medirse. Pero no estaba previsto que algún día los enemigos fueran todos los demás, padres incluidos.
El abuso del insulto como comportamiento animal para marcar territorio en la tribu no es, por el hecho de ser verbal, menos doloroso que la violencia física. En estos días hemos visto cómo se usaba el insulto a una becaria por parte de Wyoming para montarles una trampa a los de Intereconomía. Ha llegado también a los periódicos el caso del actor Christian Bale, el de El caballero oscuro, que llegó al récord de insultar 37 veces en 4 minutos a un técnico de luces del plató en el que estaba rodando. Los insultos de sus señorías en el Congreso de los Diputados también salen por televisión y son aplaudidos por los votantes. Suele ser, por desgracia, frecuente que los agentes del orden subrayen con un insulto calculado la fuerza incontestable de la que disponen.
Todos entendemos el mal humor momentáneo. Pero lo que no se entiende tanto es la mala leche crónica y estentórea para con el resto de ciudadanos. Si ha de haber bronca, que la haya. Pero que no sea jamás una bronca pública. Que se respete la edad y que no se humille al débil, al distinto o al que no puede responder. Muy difícil está la vida como para hacerla más invivible.


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