viernes, 27 de febrero de 2009

NIÑOS FRANCOTIRADORES... ¿O NIÑOS ESCUDO?



Es un tema candente en la sociedad actual: la falta de respeto o, en el extremo, la falta de autoridad. Hace años el respeto y la autoridad se imponía, hoy se consensua, para bien o para mal. Pero más que una llamada para restablecer el órden establecido en este tema, desearía profundizar en él para analizar una actitud de algunos padres que considero peligrosa...

Quiero referirme concretamente a la utilización, consciente o no -sí, como suena- de los hijos como escudo ante la vida. De todos es lamentablemente sabido que los niños son utilizados en casi todos los conflictos bélicos como escudos humanos de los soldados en la contienda, frente a las balas del enemigo. Sin comentarios a esa muestra de cobardía y de maldad humana! Pero, en el mundo más cotidiano que nos rodea, desgraciadamente los hijos también son utilizados muchas veces por sus padres como escudos humanos frente a los ataques de cualquier otro tipo. Basta observar y analizar los "flecos" de una demanda de divorcio para ver a los hijos como mera moneda de cambio en un litigio matrimonial. Recuerdo una ocasión en la que presencié una clara muestra de ello con una amiga mía, a la que su hoy -afortunadamente- ex-marido pretendía rebajar la cuantía de la pensión alimenticia de sus hijos a cambio de no tener derecho como padre a disfrutarlos. Parece increible, pero es un caso verídico!

Pero, sin llegar a los contenciosos -casi siempre desagradables- de la siempre dramática disolución de un matrimonio, hay otras utilizaciones de los hijos más sutiles, pero no por ello, menos peligrosas. Una es la huida hacia adelante de un matrimonio en crisis, que busca su dudosa reconciliación teniendo un nuevo hijo; ni que decir tiene que utilizar a un nuevo ser humano como elixir de la felicidad matrimonial es un peligro más común de lo que pensamos! Otro caso similar y con permiso de las virulentas feministas de pro, es considerar un hijo solo como un derecho personal y unívoco de una mujer en busca de su propia realización como persona; admito que tener un hijo es una de las más maravillosas oportunidades que nos ofrece esta vida, pero cuestionaría la cierta irresponsabilidad de la susodicha mujer realizada que tiene un hijo solo como medio para algo, sin reconocer los propios derechos del hijo a ser engendrado, criado y educado como un ser humano y, como tal, singular, irrepetible, humano y divino.

El siguiente caso es mucho más común hoy en día, lamentablemente. Y es utilizar a un hijo como coartada para buscar un único sentido a la propia vida y expresar, a través de él, el amor que todo ser humano guarda en su interior y necesita ejercitar; sé que es un tema escabroso y polémico, pues son muchas mujeres las que recurren a este peligroso antídoto para enmendar su propia vida vacía y, seguramente, carente de sentido y, por qué no admitirlo, de afecto. Muchas madres, ante una muchas veces desapacible e insatisfactoria vida matrimonial, enfocan toda su existencia, su energía y su ternura hacia los hijos. Y no pretendo afirmar que éstos no lo requieran o lo merezcan, sino puntualizar que este tipo de relación viciada en su origen puede traer más inconvenientes que ventajas, creándose dependencias e interferencias poco saludables e incluso nocivas para ambos participantes. El famoso "síndrome del nido vacío" que padecen muchas mujeres ante la paulatina y conveniente independencia del hijo a una cierta edad es un claro ejemplo de sus peligrosos efectos; en el otro lado, esa excesiva y dañina dependencia del hijo hacia su madre, que promueve conductas disociales, problemas de adaptación y evidentes dificultades de autodeterminación del joven.

Y, por último, otro caso demasiado frecuente, hoy en día. Ante una ruptura matrimonial, muchas mujeres madres y hombres padres (aunque menos) se parapetan en los hijos habidos para focalizar toda su energía y redimir así su posible sentimiento de culpa o su dolor provocados por la dramática contienda y consiguiente sensación de fracaso; así, sobre todo, madres de todas las edades supeditan su propia vida a la de sus pequeños (les suelen considerar así, tengan la edad que tengan), con lo que se hacen un triste favor a ellas mismas y, lo que es peor, a ellos, sus adorados y presuntamente amados hijos. Como suelo decir en estos casos y he insistido más de una vez en mis escritos, la atención que requieren los hijos de sus padres es más cualitativa que cuantitativa (no depende de las horas de dedicación, sino de la calidad de ésta), el exceso de preocupación (¿o de miedo?) por ellos inhibe el amor y, sobre todo, les insisto que el mejor patrimonio (en amor, claro está) que se le puede dejar a un hijo es educarle para que sea capaz de luchar por su propia vida y por su felicidad! Hay que recordar que nuestros hijos se miran en nosotros para saber el camino -o bien para, más adelante, rechazarlo y crear el suyo propio-, nos guste o no asumir este difícil y exigente reto como padres. El derecho a la vida no es solo el derecho a ser engendrados como algunos restrictivamente defienden a grito pelado, sino el inapelable y humano derecho a vivir la propia vida y a buscar en ella la felicidad, tanto de los hijos... como de sus sufridos y altruistas padres!

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