martes, 3 de marzo de 2009

¿MÚSICA... EN CUALQUIER LUGAR?



Hoy te traigo una curiosa experiencia. En ella, para mí, la música reencarna metafóricamente muchas de las cosas que hay en nuestra vida y que provocan sensaciones humanas, algo mágicas y maravillosas, que nos hacen sentir vivos. Pero, lamentablemente, creemos que en nuestra vida los grandes momentos aparecen de forma previsible, anunciándose como tales y llamando nuestra atención. Y lo que no es así, nos genera indiferencia o desconfianza! Y, afortunadamente, eso no es así, como no lo es el mágico y especial momento del nacimiento de una flor cualquiera en un bosque o ese canto fúnebre que no suena cada vez que, en otoño, una hoja se desprende espontáneamente de un bello árbol amarillento por el frío que llega. En la vida debemos estar atentos a lo sutil, a lo casi imperceptible, a lo más insignificante y cotidiano para saber ver en ello el sentido de nuestra existencia, que avisa solo sobrecogiéndonos y estimulando poderosas sensaciones que nos recuerdan que estamos vivos! Despierta, disfruta de lo que acontece a tu alrededor... que aparece en cada momento sin hacer aspavientos ni ruidos inútiles y espectaculares y busca en ese símil a tu alma aletargada que, desde dentro, da luz a tu vida, provocándote grandes e intensas sensaciones.

Como la vida misma, este texto explica la diferencia entre coste y valor. Y lo hace poniendo un claro ejemplo de por qué no hay que pagar una costosa entrada a un concierto para disfrutar de la buena música. Lo imprevisible suele superar con creces lo programado, esperado y premeditado. Y el valor no es lo que se paga por algo, sino la emoción que provoca experimentarlo!


Más abajo, un video filmado por un grupo de artistas que promueven espectáculos musicales espontáneos en lugares públicos en todo el mundo, llamando poderosamente la atención de los improvisados espectadores y transeuntes. Y es que el arte, cuando sorprende, provoca fantásticas reacciones y emociones!

Sorpréndete!

Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Durante el mismo tiempo, se calcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.

Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.

Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino.

Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.

En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos.

Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell colmó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.

Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?

Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente: Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita, ¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo?





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