jueves, 16 de abril de 2009

ROMPER LAS CADENAS...



Una generación sucede a otra... y a otra! Los condicionantes se van acumulando de padres a hijos... y se transmiten con la educación y lo que alguien cree que es lo mejor para nosotros. Ofrecemos lo que hemos vivido -como si de una única realidad se tratara- y buscamos desesperadamente lo que nos falta en la vida! Pero ese modelo no tiene en cuenta la realidad singular de cada uno, ni del momento histórico en que se aplica. Así, personas que han sufrido, muestran y transmiten su modelo a sus hijos, que obedientemente copian para sus vidas... por erróneo que éste sea! Y el crecimiento personal es la única salida airosa, pues supone romper con esa infinita cadena de agrabios y de injusticias perpetuadas de una generación a otra!

Cada madre debe ser mejor que su propia madre; cambiar todo lo que ella recibió por solo lo que a ella le ayudó a ser mejor como persona; cada padre debe escojer lo mejor que recibió y ser capaz de transmitirlo a sus hijos. Cada uno de nosotros tiene unos deberes consigo mismo y con la vida que le ha tocado vivir... y aplicarlo en el ahora! Si no, esa cadena de sufrimiento sigue aprisionándonos de unos a otros, de padres a hijos. Como siempre afirmo, hay que preguntarse ¿Qué espera la vida de mí, hoy y ahora? Yo tengo conmigo mismo el deber de vivir mi propia vida, sentir lo que siento y, como consecuencia de ello, cambiar y mejorar la vida que me han dado...

Admito que durante demasiados años yo viví una vida ajena, basada en los condicionantes ajenos, involuntarios e históricos que recibí como herencia no escrita. Eso sin duda me hizo crecer -lo veo hoy-, pero gasté demasiada energía para mantenerme firme y capear todas esas inclemencias que me eran ajenas, injustas y, la mayor parte de las veces, insolventables... simplemente porque no eran mías! Por eso, también resultó fácil encontrar culpables a lo que en mi vida pasaba! Pero llegó el gran día en que supe ver que lo que a mí me sucedía, tenía mucho que ver con lo que yo había permitido que me sucediera, que yo no era tan ajeno a mi vida. A partir de ese día, mi vida cambió, pues después de perdonar a todos los píos expiatorios a los que siempre había culpado de mi incierto destino y de perdonarme a mí mismo por haberlo permitido, empecé a vivirla como solo mía y cuyo único protagonista era yo mismo y lo que yo permitía. Seguramente en ese tránsito hacia mí mismo y hacia mi vida, también hubo temor y, como consecuencia de ello, faltó mucho amor en mi vida. Tal vez debía pasar por todo ello para llegar hasta hoy y aquí, permitiéndome hoy reconocer mi vida como mía, tomar de ella y de mi herencia solo lo que yo realmente necesito y, como consecuencia de ello, ser protagonista de una nueva vida en la que ya no existe apenas temor, lo que, sin duda, abría definitivamente la puerta al amor! Pero un amor más verdadero y más pleno del que siempre había deseado: un amor a mí mismo por estar donde estoy, un amor a los que me rodean porque dejaron de ser culpables de lo que pasa hoy en mi vida y, sobre todo, un amor y una confianza ciega en esta vida porque en ella dispongo de todo lo necesario para ser feliz!

Te invito a que leas esta interesante entrevista. Piensa en la vida que relata alguien que, día a día, vivió una injusta vida heredada, que condicionó sus tempranos años... hasta que fue capaz de enderezarla para vivir su propia vida!

Jacinta Sáenz, 55 años, maestra y trabajadora social"La fe en mí misma me ha dado el poder que me negaban". La Contra de La Vanguardia. IMA SANCHÍS - 13/04/2009

La novena de una familia de quince hermanos...

Crecí en el campo, al servicio de mis hermanos mayores y al cuidado de los menores. Allí todos trabajábamos. A los 6 años me levantaba a las tres de la madrugada, iba a buscar el agua al pozo, molía maíz y preparaba tortitas. Mis padres me pegaban a menudo, era la costumbre.

¿Iba a la escuela?

Sí, allí también pegaban. Un día me pegaron tanto que no volví. Mi hermana mayor vivía en la ciudad, era muy religiosa y había hecho la promesa de que en cuanto pudiera nos llevaría con ella para que estudiáramos. Nos fuimos los nueve más pequeños, de los que yo era la mayor.

¿Tuvo mejor vida?

Seguí encargándome de la casa y recibiendo palos. Mi hermana reproducía el patrón que se vivía en mi casa. Al terminar la secundaria decidí quedarme con las monjas.

¿Vocación o refugio?

Pensaba que me habían maltratado tanto porque yo era mala. Mis cuatro hermanas mayores se fugaron con los novios, y mi madre, que temía que yo hiciera lo mismo, no paraba de repetirme: "Tú también serás una puta". Creo que eso es lo que más me afectó.

¿Por qué no casarse en vez de fugarse?

En mi país, en el campo, es habitual que los hombres rapten a las mujeres, con o sin su consentimiento. A veces a niñitas de 10 y 12 años, pero nadie lo denuncia ni hay castigo. El hombre se la lleva a casa de los padres, y comienzan a tener hijos.

¿Las chicas quieren ser raptadas?

Lo están deseando para huir de su casa, pero la historia de violencia se reproduce ahí donde vayan. Con los años, supe que mi madre también había sido raptada.

Mejor el convento.

El convento se convirtió en mi refugio hasta los 23 años. Siento un profundo agradecimiento hacia las monjas. Pero mi familia, muy pobre, estaba en una situación muy difícil. Una de mis hermanas menores enloqueció. Yo veía pasar a mis hermanos desharrapados, ninguno había podido seguir estudiando, mientras que yo me había diplomado en secretariado y contabilidad, y formado como maestra. Me sentía culpable.

Y dejó los votos.

Tras un gran conflicto interno, sí. Las monjas me enviaron a Costa Rica, donde permanecí un año yendo a un psicólogo y trabajando con drogadictos y con matrimonios-problema,parejas cuyo principal problema eran los malos tratos del hombre.

¿Qué le diagnosticó el psicólogo?

Recomendó a la madre superiora que me facilitara la salida y me despojé de los hábitos. Me fui a Matagalpa a trabajar de maestra y me encargué del sustento de toda mi familia. Pronto cogí novio.

¿Y cómo le fue?

Bebía y llegó a pegarme. Cuando quise abandonarle me violó siendo virgen, quedé embaraza y mis padres le obligaron a casarse.

Mal comienzo.

Me abandonó. Yo estaba convencida de que aquel embarazo era un castigo de Dios por haber dejado el convento. Mi madre decía que me había abandonado a causa de sus dudas sobre la paternidad del niño.

Más que una madre, una enemiga.

Mis padres vivieron conmigo hasta su muerte. Por dentro yo estaba deshecha, pero seguía luchando. Era delegada del Ministerio de Educación de mi municipio cuando estalló la revolución sandinista, y me impliqué de lleno. Fui a la universidad, estudié Ciencias Sociales e hice un máster en Historia.

¿Satisfecha por fin?

Trabajaba por reconstruir la vida de muchas mujeres, pero la mía estaba deshecha. Seguía acudiendo al psicólogo porque sufría insomnio, depresión e irritabilidad, y fue él quien me recomendó establecer una relación afectiva.

Huy.

Pronto me volví a quedar embarazada, fue entonces cuando me enteré de que él tenía otra relación. Lo dejé y seguí adelante con mi embarazo, llena de vergüenza.

¿Qué tal la relación con sus hijos?

Han sido el motor de mi vida.

¿Y con los sandinistas?

Recién terminada la guerra, una noche un chófer vino a buscarme para un operativo político militar, una reunión urgente. Me llevó fuera de la ciudad, a un lugar apartado, y ahí mismo un militar me violó.

Caray.

Después del triunfo de la revolución hicieron eso: usar a la mujer. "Tráeme a aquella mujer o a esa otra", decían. Yo no sabía ni quién me había violado, lo supe después, y le tenía terror. Por fortuna, murió en una emboscada.

¡. ..!

Continué trabajando con mujeres, intentando que lo que yo viví fuera más suave para ellas, y formándome. En los años noventa daba clases de Historia en la universidad, hasta que hace un par de años empecé a trabajar con Intervida en comunidades rurales en temas de violencia interfamiliar.

Usted sabe de eso.

Sí, sé que la posibilidad de formarme me sacó del abismo. Si no hubiera llegado a pensar y valerme por mí misma, habría sucumbido al patrón social: el tú sólo sirves para esto. Romper con ese patrón hizo que ya nada me intimidara. He entendido que hablar cura y que la fe en mí misma y en mi valía me ha otorgado el poder que me negaban.


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