miércoles, 6 de mayo de 2009

¿POR QUÉ MENTIMOS?



Aquí traigo un texto, publicado hace ya tiempo, pero reencontrado entre mis archivos. Habla de la mentira, de falsear la verdad en la sociedad. No desdeño la mentira pues, como afirma el autor del escrito, muchas veces es necesario mentir o, como denomina, decir una mentira blanca, lo que en España se le llama mentira piadosa.

En mis casi 25 años como consultor de empresa especializado en Comunicación, suelo decir a mis clientes que "siempre hay que decir la verdad, aunque no toda la verdad". Uno siempre tiene el derecho de callar! Creo que, en algunas ocasiones, se debe dejar de decir toda la verdad. Muchas veces la verdad duele y entonces es mejor escoger bien el momento de emplear la sinceridad; algunas personas, como consecuencia de ello, tienen el mal hábito de disparar a bocajarro sinceridad, sin pensar en las consecuencias que puede tener para el que la recibe; en todo caso, la sinceridad tiene -como todo en la vida- su momento y hay que saber escogerlo, pues no todo el mundo está siempre preparado para ella. Pero eso no significa, necesariamente, decir mentiras, sino simplemente dejar de decir toda la verdad, en un momento dado.

Otro aspecto curioso de la mentira es creérsela uno mismo. Creo sinceramente que la afición preferida y más tóxica para cualquier ser humano es auto-engañarse. O, lo que es lo mismo, creerse sus propias mentiras. Esto, desde mi punto de vista, es lo peor que puede uno hacerse a sí mismo. Más que nada porque incurre en un riesgo, pues autoengañarse ante un hecho -y el sentimiento que éste genera- es una manera de no afrontar la situación, por buena o mala que sea; vivir es afrontar lo que la vida nos aporta, sea aparentemente bueno o malo para nosotros; huir de ello es falsear la realidad, intentando esquivar la situación y, lo que es peor, perder la oportunidad de aprender la lección que todo y siempre trae consigo; para muchas personas parece que "el problema que no se contempla o no se habla, deja de ser un problema"; y, eso, evidentemente, es erróneo, pues precisamente el problema no resuelto llega a enquistarse, si no se resuelve a tiempo! Pero, además, el problema no resuelto reaparece y/o lo hacemos extensible a terceros! Dilatando el encuentro con la realidad (por dura que ésta sea en un momento dado), evitamos el crecimiento personal y, la mayoría de las veces, la vida -con el tiempo- suele volvernos a probar con una situación similar... hasta que, al final, aprendamos la lección que trae consigo. Así, por ejemplo, si uno ha pasado un mal trago en una determinado tipo de relación personal... o aprende de ella o repetirá hasta la saciedad este tipo de relaciones y, por tanto, sus nefastas consecuencias! De esta manera la vida garantiza nuestro aprendizaje y, a la vez, evita que vayamos esquivando lo que no aceptamos (normalmente por orgullo o por miedo) para que lleguemos a aprender lo que ella cree que estamos capacitados -y, en cierta manera, obligados- a aprender en nuestra larga o corta existencia! Alguien dijo que es normal tropezar con una piedra la primera vez, pero una segunda ya sería culpa nuestra, por no haber aprendido.

Disfruta del texto.


Piergiorgio M. Sandri. 21/06/2008

Desde pequeños, hemos sido educados para decir siempre la verdad. Pero en el día a día esta tarea se convierte casi en una misión imposible. A veces, mentimos incluso sin darnos cuenta. Porque, queramos o no, la mentira es una herramienta insustituible para vivir en sociedad

Es temprano. Dos personas se encuentran. Se saludan. "Buenos días. ¿Qué tal?", le pregunta uno. "Bien. ¿Y tú?", le contesta el otro. Aquí tenemos las primeras mentiras del día. Sí, porque es muy posible que estas dos personas se lleven mal. Que a una no le importe en absoluto saber cómo le va la vida a su interlocutor y menos aún desearle un día estupendo. La buena educación, el saber estar, nos aconsejan que en ciertas circunstancias es mejor no decir la verdad.
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Para ser precisos, estas no son mentiras en sentido estricto. No hay fraude, no hay engaño. En este diálogo, los protagonistas saben que son frases que se dicen por decir, aceptadas por la mayoría como herramienta de convivencia. Lo dijo Oscar Wilde: "Quien dijo la primera mentira fundó la sociedad civil". Como alternativa, podrían comportarse como el Misántropo de Molière: ser importunos, ofensivos o crueles con frases del tipo "Qué gordo estás". Hay cosas que en sociedad no está bien decir. Mejor fingir. Es lo que el poeta barroco napolitano Torquato Accetto llamaba "disimulación honesta".

Son muchas las situaciones en las que ocultamos la verdad. Más a menudo de lo que imaginamos. Ignacio Mendiola, sociólogo profesor de la Universidad del País Vasco y autor del libro Elogio de la mentira (Lengua de Trapo ed.) recuerda: "Se trata de una practica cotidiana. Lo queramos o no. Pese a la condena moral, es un hecho incuestionable. Lo necesitamos para vivir. Es imprescindible. Siempre hay un elemento de fi cción cuando contamos la realidad a alguien. La mentira, de alguna manera, es un refugio y un lubricante de las relaciones humanas".

Según una encuesta llevada a cabo por el rotativo británico Daily Mail,con un promedio de cuatro por día, serían unas 100.000 las mentiras que pronunciaremos a lo largo de nuestra vida.

¿Por qué no decimos la verdad? Se miente para eludir responsabilidades, para obtener cierto placer, ya que el mentiroso se siente más listo que los demás; por inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados como somos; para evitar un castigo; para acercarnos a nuestro interlocutor; para sentir que controlamos la situación. Desde un punto de vista fisiológico, correr cierto riesgo de ser descubierto favorece la aparición de adrenalina (y un subidón por no tener que afrontar la situación que se ha evitado con la mentira). Asimismo, se produce un cambio del tono de voz, dilatación de las pupilas, se tiende a evitar la mirada de la persona que tenemos en frente, el cuerpo se vuelve algo más rígido.

El psicólogo de la Universidad de Massachusetts Robert Feldman cree que la mentira está relacionada con la falta de autoconfianza. "En cuanto la gente ve su autoestima amenazada, empieza a ocultar la verdad". Su estudio comprobó que el 60% de los encuestados mintió por lo menos una vez en una conversación de diez minutos. "El problema es que queremos mantener una imagen de nosotros mismos que encaje con la que los otros quisieran que tuviéramos. Queremos gustar", apunta. "Una de las claves es la tendencia a centrarse en el corto plazo. El mentiroso salva su propia imagen en ese momento, pese a que el engaño pueda ser destapado el futuro", alerta Jennifer Argo, de la Unversidad de Albert. Por supuesto, hay los que se jactan de no mentir nunca. Por ética, pero también por miedo, por pereza (hay que saber gestionar una mentira en el tiempo), por orgullo (los que presumen de ser honestos). Pero decir una mentira no es necesariamente una prueba de debilidad, sino todo lo contrario. Sin la posibilidad de mentir la humanidad no hubiera nunca conocido la cultura, que es, en cierto modo, una forma de no resignación a la realidad. Andrea Tagliacarne, profesor de Filosofía de la Universidad San Raffaele de Milán y autor del libro Filosofi a della bugia (Mondadori ed.) [ Filosofía de la mentira]: recuerda que "para mentir se precisa inteligencia. De entrada, supone el conocimiento de la verdad. Luego, la mentira tiene una estructura más compleja, de tipo teatral. Supone entender la expectativa de quien la escucha, entrar en la mente del interlocutor". En este sentido, el mentiroso no sólo es un expositor de hechos, sino un creador. Mentira viene del latín mens, mente.

Son numerosos los intelectuales que han defendido la mentira. Para Platón, "mentir de forma consciente y voluntariamente tiene más valor que decir la verdad de forma involuntaria". Los griegos elogiaban los mentirosos: Ulises fue incluso alabado por los dioses por ello. Maquiavelo sostenía que la mentira era legítima para fi nes políticos. Leo Strauss hizo hincapié en la necesidad de mentir para defender una posición estratégica o ayudar a la diplomacia. Y Nietzsche sostenía que el intelecto, como medio de conservación del individuo, despliega sus fuerzas en la fi cción. La literatura, de alguna manera, también es una mentira. El escritor Javier Marías en una ocasión subrayó la "imposibilidad de contar nada acaecido, real de manera absolutamente segura, veraz, objetiva, completa y definitiva".

De hecho, las investigaciones científicas confirman que mentir supone un esfuerzo creativo. Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, dirigido por el profesor Daniel Langleben gracias a la resonancia magnética funcional (fRMI), ha demostrado que el cerebro siempre está listo para decir la verdad y que para mentir precisa organizarse. Nuestra materia gris tiene que hacer un trabajo extra cuando va a engañar: se activan zonas del córtex frontal (que desempeñan un papel en la atención y concentración), además de otra área del cerebro responsable de vigilar posibles errores.

Hay circunstancias en las que mentir es tolerado por la comunidad. Como si la sociedad apreciara este esfuerzo. Pongamos el caso del vendedor de coches: para promocionar su vehículo, exagerará algunas virtudes del producto. Pero no hay obligación legal de decir exactamente la verdad (lo mismo ocurre con la publicidad), salvo los casos manifiestos de fraude. Hasta se podría decir que quien sabe mentir mejor es el que tendrá más éxito, porque conseguirá que se lleve a cabo la venta.

Hay veces en que no decir la verdad no sólo no está mal visto, sino que es aconsejable. Algunas mentiras preservan nuestra intimidad, del dolor, e incluso de la muerte. Son las mentiras blancas. En ciertas circunstancias, fuera del ámbito ético, la mentira tiene que valorarse en lo que es útil y ventajoso para la vida. Por ejemplo, cuando un individuo esconde en casa a un fugitivo objeto de persecuciones raciales. O cuando se oculta a una persona a punto de morir una trágica noticia sobre un pariente. Es emblemático Roberto Benigni en la película La vida es bella: miente a su hijo pequeño sobre la realidad del campo de concentración al contarle que se trata de un juego. "En estos casos la persona no está en condiciones de decir la verdad, que resultaría insoportable de escuchar para el otro", dice Maria Bettetini, autora del libro Breve historia de la mentira(Cátedra Ed.). Este dilema moral ha dado lugar a un amplio debate. Algunos pensadores de la edad media sostenían que incluso en estos ejemplos extremos habría que callarse, hacer como si no entendiéramos, recurrir a la astucia. Kant decía que hay que decir siempre la verdad, por miedo a romper el consenso social. Pero a partir del siglo XIX empezó a verse la mentira como mal menor. "Cuando se traiciona la realidad, es porque uno se ve capaz de aguantar este peso. Sólo confiesan los que ya no pueden vivir con este secreto" dice Bettetini. Paradójicamente, en estos casos, decir la verdad se convierte en una muestra de debilidad.

Y por supuesto, mentimos por amor. Como canta Joaquin Sabina: "Y así fue como aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir, que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor". Significativo también es lo que ocurre en el cuento de Quim Monzó "Con el corazón en la mano", donde una pareja se jura sinceridad para siempre. Justo después, al entablar la primera conversación, ven que es imposible y acaban dejando la relación al cabo de unos minutos.

Pero es cierto que no decir la verdad conlleva consecuencias. Según el psicólogo clínico del Centro Ramon Llull de Zaragoza José Luis Catalán, "la mentira tiene un efecto colateral, siempre. Las relaciones personales empiezan a envenenarse". En particular, cuando el mentiroso se convierte en compulsivo empiezan los problemas. "Vive un trastorno de ansiedad. Cuantas más mentiras, más ansias. Como el cleptómano que roba sin necesidad, los que padecen esta patología no dicen la verdad por hábito. El enfermo ya no es capaz de distinguir la realidad". Cita casos que ha tratado, como un hombre que se casó decenas de veces por el dinero de sus esposas. "Para mentir tanto y que no se note hay que hacer lo mismo que un actor que representa a un personaje y quiere resultar creíble, hasta el punto de que se confunde y se olvida de quién es realmente", afirma este psicólogo. Cuando la costumbre a mentir acaba en patología, la distinción entre realidad y mentira se diluye. El mentiroso acaba creyéndose sus delirios. Como el Valmont en "Las amistades peligrosas", que de tanto fingir estar enamorado, se enamora de verdad. En el peor de los casos, los recuerdos incluso empiezan a fallar y engañan: es la memoria falsa. Uno empieza a creer que las cosas fueron como las contó y no como ocurrieron. Como explica Tagliapietra, "quien tiene poca memoria se olvida de la verdad, pero nunca de las mentiras". Esta es la pura verdad.

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