martes, 7 de julio de 2009

DE NUEVO, LUNA LLENA



Hoy en España tenemos el privilegio de disfrutar de una magnífica luna llena, como cada 28 días. Y digo privilegio porque la luna nos permite levantar la mirada por encima del día a día que nos aprieta y nos empequeñece, haciéndonos vivir una vida mejor y que merecemos. La luna, con su magestuosidad y su luz, puede iluminarnos el camino, con esa energía y esa magia que transmite... siempre y cuando tengamos el valor de querer verla y dejar que nos penetre en el alma!

Debo admitir que me dan pena esas numerosas personas que ignoran -o temen- la magia y la influencia de la luna en sus vidas. Sobre todo cuando -como yo mismo aprendí hace no mucho- la luna nos ayuda en nuestro camino hacia una mejor vida. Señales como la luna se hacen necesarias en los tiempos que corren, con la vida loca y vacía que llevamos todos. Y pararnos un instante para mirar esas señales nos cuestiona nuestro sendero hacia la felicidad. Porque señales como la luna -ya sea llena, nueva, creciente o menguante- nos enseña que todo pasa, que todo tiene su ciclo y su devenir eterno... y que luna solo hay una, permanentemente por encima de nuestras cabezas pensantes, cuadriculadas y limitadas. La luna hoy es para mí un recordatorio de la singularidad ante el Cosmos, de la permanencia y de la luz inducida por el amor. Como lo es nuestra vida!

La luna me recuerda personas y situaciones cotidianas, pero que la luna las convirtió en mágicas, especiales y eternas. Aún hoy, hay personas queridas que, cada día de luna llena, se acuerdan de mí y rememoran -lamentablemente, muchas veces en silencio- nuestra unión, nuestros recuerdos vividos y nuestro amor para siempre. A esos seres queridos, la luna les recuerda que son únicas, eternas e iluminadas por el amor... si quieren y tienen el valor de sentirlo como y cuando lo sentimos juntos algún día. Y negarse a mirar a la luna, es negarse a admitir esa verdad y ese sentimiento interno, real y profundo! Pero el error humano de esa renuncia personal transitoria, cuando hay amor verdadero y esperanza, no durará siempre y algún día, frente a otra luna -nueva, creciente, llena o menguante- volverá a iluminar su vida entera, como lo hace en la mía. Y entonces deberán perdonarse haberla obviado, olvidado en nuestro tosco día a día. Y ese gran día del reencuentro con la luna, en su Alma reapareceremos todas esas personas que siempre ocupamos nuestro lugar... y, por ello, aún somos singulares, eternos y fruto del amor en su nueva vida! Tal vez para eso bastaría que fueran capaces -de nuevo- de salir esta especial noche para mirar y sentir esta misma noche la luna llena y reencontrarse con su alma...

Anteayer mismo, cuando la luna ya apuntaba su máximo esplendor y su magestuosidad plena de hoy, me hallaba con un grupo de gente por el barrio gótico de esta fantástica ciudad que es Barcelona. Sus milenarias y adoquinadas calles, sus pórticos centenarios y una tribu urbana de supervivientes de todas las razas que se arremolinaban a nuestro paso -vendiendo comida, latas de bebida u ofreciendo droga a buen precio- aderezaban nuestro paseo nocturno. Ante esa mezcla de sensaciones contrastadas -el miedo provocado por la inseguridad, la historia y la sabiduría acumuladas en esas piedras, el amor omnipresente en esas vidas propias y ajenas- me hizo necesitar, en algunos momentos, alzar mi mirada, degustar mi alma, observando la luna para apaciguar mi mente confusa e inmersa en un territorio que no era el suyo ni me hacía sentir cálido, seguro y confortable. Y la luna estaba ahí, para brindarme su paz interior, iluminada y única, aunque al poco me di cuenta de que su luz iluminaba también esas adoquines milenarios por los que caminaba. Y es que la luz de la luna baja a nuestro día a día para iluminarlo mágicamente y así reconfortarnos.


Hace ya tiempo que aprendí que no hay que vivir otra vida distinta a la que vivimos, para ser felices; basta con vivir la misma vida, pero con un verdadero sentido. Y para hacerlo es suficiente que seamos capaces de concentrarnos en la luna o en cualquier otra señal -que revolucione nuestro corazón sabio- para que detengamos nuestro paso diario y busquemos una buena razón para seguir caminando. Y qué mejor razón que ser nosotros mismos, singulares, eternos (el Alma nunca muere) e iluminados por el amor a nosotros mismos y a todos y todo lo que nos rodea! Fuera y abajo, sin luna, la vida da miedo y crea incertidumbre, pero bastará darle sentido a todo eso para cambiarla, para hacerla realmente nuestra, plena e iluminada por el amor verdadero.

Como cada vez que hay luna llena en mi día, esta noche recordaré a esas personas que -como yo- buscan y encuentran día a día su verdadero sentido en la vida, a las que todavía no la han descubierto... y a esas otras personas que hoy -momentánea y dolorosamente- renunciarán -una vez más- a mirar directamente a la luna por miedo a encontrarse; para éstos, pediré que recobren el valor de hacerlo, reviviendo así esos sentimientos puros que, quizás, algún día -hace no mucho- compartimos, aprendiendo a mirarnos mutuamente en la luna nuestra para alcanzar esa vida y esa felicidad que merecemos!

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