miércoles, 8 de julio de 2009

SENTIRSE VERDADERO: VOLUNTAD, SABER ESCUCHARSE Y DARSE



Es curioso como descubrimos la verdad cuando estamos en el límite de nuestra vida. Hasta entonces retozamos y surfeamos con nuestras ideas, circunstancias vitales, proyectos personales y expectativas terrenas como si la vida fuera a durar siempre. Pero la verdad se impone, más tarde o más temprano, en nuestra vida. Lamentablemente, muchas veces justo en el borde del precipicio, antes de la muerte. Ante ella se nos abren súbitamente los ojos y vemos y entendemos de qué va la vida, nuestra vida... aunque sea demasiado tarde!

Pero dejando de lado cuándo descubrimos la verdad, preferiría tratar la verdad en sí. La verdad está permanentemente ante nosotros, en nuestra vida diaria. Se muestra tangiblemente y nos envía continuamente señales para que la reconozcamos, la veamos y actuemos en consecuencia. Aún así, en demasiadas ocasiones no deseamos ver su firme e inflexible evidencia... y lo logramos engañándonos a nosotros mismos, mediante ingenuas tretas de aprendiz de ser humano o bien, al contrario, mediante sofisticados razonamientos intelectuales que desvirtúan la verdad hasta diluirla en nuestra existencia artificial y carente de sentido. Porque la verdad es el poderoso reconstituyente del sentido de todo, es lo que nos da luz en nuestra vida... aunque no siempre queramos o sepamos verla y dejarnos iluminar por ella. Y eso nos trae una vida insulsa, vacía y que, incluso, tenemos el valor de juzgarla como injusta con nosotros -o con nuestro entorno inmediato- cuando nos decepciona... precisamente porque hemos faltado a nuestra verdad! Razones para pensar de esta manera sesgada hay muchas: nuestro mundo insano está repleto de agravios, injusticias y ejemplos evidentes de tal evidente injusticia y, por tanto, de la crueldad de nuestra vida con nosotros, sus presuntos protagonistas. Hay quienes incluso reprochan a un dios sobre esta desaguisada vida! En cualquier caso, como no podía ser de otra manera -visto lo visto- hemos aprendido a desestimar nuestro indudable protagonismo y, como consecuencia, tememos la verdad y, como consecuencia, tememos a nuestra vida!

Pero volvamos a la verdad y a donde se halla. Está escondida tras ese día a día que nos distrae y nos ayuda a escaparnos de ella cuando no es como queremos, como habíamos pensado o como nos habían contado. Repito, la verdad está permanentemente aquí, con nosotros y cada día, queramos o no verla tal como es. Jose Manuel Serrat afirma en una espléndida canción que "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio", aunque lo admitamos con una cierta resignación y sobre todo cuando se nos manifiesta en contra nuestra. Pero no es así, la verdad es siempre... favorable o desfavorable, pero es lo que es y tiene su sentido. Y aunque nunca es conveniente juzgar los acontecimientos de la vida como positivos o negativos (el tiempo, los hechos y sus consecuencias suelen cuestionar tal primera apreciación), también deberíamos pensar si es -precisamente- nuestra innata obstinación en ver y vivir la vida de una determinada manera falsa lo que nos aleja de nuestra verdad y, por ende, del sentido de nuestra vida y de nuestra siempre perseguida felicidad. ¿No seríamos más felices si confiáramos en la verdad de la vida -esa que habla desde dentro-, en vez de intentar trastocarla para que se asemeje a lo que nosotros -errónea e ingénuamente- habíamos planeado en ella?

Insisto, la verdad -como el amor, la libertad y la felicidad, compañeros inseparables de ella- está siempre junto a nosotros, en nuestro interior, más exactamente! Claro que es el último sitio donde la buscamos, lamentablemente. Y se manifiesta cuando estamos solos y en silencio con nosotros mismos, cuando cerramos los ojos antes de dormir o cuando observamos la naturaleza y queremos ver en ella un modelo de nuestra vida, ya sea ante una flor, un paisaje o la bóveda celeste estrellada. O, simplemente, en la mirada sincera de un niño o de alguien que quiere o está aprendiendo a revivir la verdad como éste, aunque sea a las puertas de la muerte. Pero, además, la verdad lanza señales evidentes hacia afuera, creando las mal llamadas casualidades, que no son más que sincronismos que nos muestran si estamos o no persiguiendo nuestra verdad interior. Claro que incluso éstos podemos dejar de verlos o de presentirlos, normalmente por miedo a reencontranos y chocar con la imagen de nosotros mismos que siempre tuvimos. Mientras, hay personas -como yo mismo intento- que degustan las señales, las siguen e incluso podría afirmar que las generan para ir, día a día, reconociendo el camino y comprobando la correcta dirección. Seguramente estas personas un tanto raras o especiales (según quien nos mire y juzque) cometemos los mismos errores que todos, pero los consideramos señales para aprender , aunque nos devíen temporalmente de nuestro destino. Somos humanos y la dificultad radica en saber ver y entender las señales en el momento preciso en que se dan, pero creo que con el tiempo uno aprende a verlas, luego a buscarlas y más tarde confiar en ellas -y en sus vecinos inseparables el amor, la libertad y la felicidad- para dejarse guiar hasta la verdad, que por cierto se hospeda en el Alma y la apacigua cuando la encontramos!

La ventaja de intentar estar siempre cerca y aceptar la verdad es que uno no tiene la necesidad de perdonarse cuando se aleja temporal y accidentalmente de ella. Hay momentos en que uno tiene la irresistible necesidad de transgredir su verdad para probarse a sí mismo o ante los demás. Somos humanos y estas cosas pasan, debemos aceptarlas y perdonárnoslas porque son una parte importante de nuestro aprendizaje: "solo encuentra su camino quien se ha perdido antes diez mil veces", dice un proverbio chino. Porque la verdad no hay que buscarla ni aceptarla, sino sentirla como propia! Otra ventaja de no estar demasiado lejos de la verdad es que nunca nos sorprenderá, pues estaremos habituados a convivir con ella y no admitir la mentira; además, intentar vivir la verdad nos permite el privilegio de poner el adjetivo "verdadero" a muchas de nuestras vivencias -hasta entonces solo naturales y humanas, por tanto efímeras-, como el amor, la libertad o la felicidad, entre muchas otras. Así, día a día, nace una nueva y verdadera vida, sustentada en el amor verdadero, la libertad verdadera y la felicidad verdadera... lo que no es poco en este loco mundo nuestro.

Quizás ahí el quid de la cuestión sobre la verdad! ¿No será nuestra misión en la vida llegar a poner el adjetivo "verdadero" a todo lo que sentimos, vivimos y compartimos en nuestra vida? Así, estaríamos siempre más atentos de vivir la verdad, de manera intensa y sin miedo; confiaríamos más los unos en los otros, pues todos nos basaríamos en la verdad; y, sin duda, también reconoceríamos que un error no es más que un fallo temporal de apreciación de la verdad, un cierto alejamiento... y que siempre sirve para permitirnos luego recobrar el camino perdido hacia ella. Vivir la verdad cuesta, lo sé y lo vivo cada día: Hay que trabajarla cada día, luchando permanentemente contra nuestra mente y nuestro corazón polarizados y excluyentes, buscando la equidistancia del alma! Pero precisamente porque la verdad está en el alma, convivir con ella nos dota de una firmeza y paz interior, necesarias para disfrutar sin miedo de nuestra maravillosa y verdadera vida!

Hoy te traigo una interesante entrevista de La Contra de la Vanguardia. Destacaría, entre otras, una frase que dice "El milagro es la serenidad que te llega, un equilibrio fortísimo conmigo mismo. Cada uno debe ser el artífice del propio milagro". Y he aquí lo que yo le llamo nuestro milagro: descubrir y vivir la verdad de nuestra vida, pues con ella llega el verdadero amor, la verdadera libertad y también la verdadera felicidad!

Disfruta de la entrevista. Extrae tus propias conclusiones...


Mario Melazzini, oncólogo, 50 años, sufre la enfermedad de ELA (esclerosis lateral amiotrófica)"Ser verdadero simplifica enormemente la vida". La Contra de La Vanguardia. - 06/07/2009

Con qué palabra definiría lo que le ha sucedido?

Como una gran oportunidad, como hombre y como médico. Esta enfermedad devastadora me ha permitido hacer un nuevo recorrido.

¿Qué tipo de persona era antes?

En algunos aspectos he madurado, me he vuelto mucho más sincero, espontáneo, verdadero. He tenido la suerte de hacer una brillante carrera, y cuando me diagnosticaron la enfermedad, a los 45 años, estaba en la cima de mi especialidad.

¿Era feliz?

Tenía problemas en casa porque me dedicaba plenamente al trabajo. Era feliz pero me faltaba algo, y eso, paradójicamente, lo he descubierto con la enfermedad, aunque los primeros dos años fueron dramáticos.

Cuénteme.

Pese a que siempre me había considerado un médico atento a las necesidades de los enfermos, a estimularlos, con mi propia enfermedad me di cuenta de hasta qué punto somos frágiles mentalmente. Y topé con la impotencia de la medicina. "No hay nada que hacer - me dijeron- Vivirá dos, tres meses; máximo, seis años".

Vas quedándote paralizado hasta acabar totalmente inmóvil; para alimentarte necesitas nutrirte artificialmente y una máquina tiene que hacerte respirar. Durante dos años viví concentrado en lo que no podía hacer y olvidé lo que podía hacer.

¿Optó por la muerte?

Sí. En nuestra cultura, vivir con determinadas discapacidades es incompatible con una vida digna. Así que ya ve, yo, católico, me dirigí a una asociación en Suiza, donde el suicidio asistido no esta penalizado. Finalmente - no sé si fue miedo o una incipiente conciencia de que pese a la enfermedad podría llegar a disfrutar-,decidí seguir adelante.

Eso es valentía.

Pasé ocho meses solo en la montaña con una asistente. La caída física fue impresionante: perdí la movilidad, la capacidad de comer, de beber, de respirar solo. Pero cuando tenemos el coraje de permanecer solos, de enfrentarnos con nosotros mismos, la recompensa es ser nosotros mismos, ser sinceros, y esto me ha ayudado muchísimo, porque ahora me siento verdadero.

¿Verdadero?

No tengo dificultad en dialogar a fondo con usted, que no la conozco. Ser verdadero simplifica inmensamente la vida, la hace fácil.

Pero usted antes ya era sincero, ¿o no?

Lo que pasa es que nos contamos historias a nosotros mismos, nos escondemos detrás de ideas y conceptos, y eso falsea la relación con la gente que amamos. Estoy aprendiendo a escuchar, a ser una persona humilde, que no es fácil pero es fundamental, y sobre todo a no dar nada por descontado.

¿Y no abandonó sabiendo que la vida le abandonaba cruelmente?

Comprendí que como médico todavía podía dar muchas cosas a mis pacientes y como hombre, a mí mismo y a mis hijos.

¿Pero qué le hizo cambiar?

Entendemos el milagro como un cambio rotundo, no se trata de que uno se levante de la silla de ruedas y comience a caminar. El milagro es la serenidad que te llega, un equilibrio fortísimo conmigo mismo. Cada uno debe ser el artífice del propio milagro y en ello la mente tiene un papel fundamental.

¿Voluntad, saber escucharse y darse?

Sí. Este nuevo papel de enfermo experto me ha permitido crear un centro para el cuidado y la investigación de enfermos de ELA y distrofia muscular.

(...)

¿Cómo lo vive su familia?

Mi mujer vivía mal que yo hiciera de la enfermedad el instrumento para poder reprogramar mi vida; con dificultad, pero conseguimos hablar y separarnos. Con mis hijos vi el cambio cuando yo conseguí cambiar. La relación que tengo ahora con ellos es bellísima, mi enfermedad les ha ayudado a madurar, a entender que la vida puede dar un vuelco en cualquier momento.

¿Han hablado de la muerte?

Sobre todo conmigo mismo, no la temo, forma parte de nuestro recorrido. Yo creo que todo el que pide ayuda para morir, en realidad, está pidiendo ayuda para vivir, porque vivir con una discapacidad grave cuesta y si no eres ayudado es casi natural decirse: ¡pero qué clase de vida es esta!

¿Cómo cambiar sin tener que llegar al extremo de sentir tu vida amenazada?

Basta con que en nuestra cultura aceptemos que la enfermedad, la discapacidad, la fragilidad forman parte de nuestro ADN y por tanto no son hechos que se deban gestionar paralelamente a la vida, son parte de la vida. Ese es el gran esfuerzo que permite valorar todo lo que yo le estoy diciendo sin necesidad de vivirlo.

¿Cómo decirle a un paciente que su enfermedad es terminal?

Primero escuchar, y debe existir el compromiso de que yo como médico estaré siempre a su lado a medida que la enfermedad avance. "Yo estoy" en lugar de "usted tiene".


¿COMENTARIOS, OPINIONES? PARTICIPA EN NUESTRO FORO DE OPINIÓN

http://forocontigomismo.ning.com

 

Tell me when this blog is updated

what is this?