jueves, 19 de noviembre de 2009

LOS HIJOS COMO ARMA ARROJADIZA



Supongo que toda violencia es nefasta, la llamemos como la llamemos y tenga el nivel que tenga. Normalmente la violencia, que no es más que fruto del miedo, se da más cuando hay un fuerte y un débil. Me da igual el género o la edad. Pero la violencia es consecuencia de un desequilibrio interno por el miedo y da lo mismo cómo se exprese, quien la utilice o contra quien.

Pero hay tipos de violencia de tono bajo y, lamentablemente, consentidas hasta ahora por la sociedad. Una de ellas es la llamada alienación parental, o lo que es lo mismo, esa peligrosa tendencia de algunos padres o madres a intoxicar a sus hijos en contra del otro. Se da por igual en matrimonios aparentemente bien avenidos, así como en relaciones ya disueltas. La comparación entre dos seres humanos es, en sí, siempre odiosa, pero cuando destacar los defectos y virtudes del otro se utiliza para manipular a un tercero, es, además de nefasto, peligroso. Cada persona -por personita que sea- tiene derecho a sacar sus propias conclusiones sobre alguien más o sobre las circunstancias de la vida. Porque incluso un niño -a partir de una cierta edad, claro está- o el joven, por infantil que sea, tiene criterio propio o debe aprender a tenerlo en su vida. Es más, seguramente, al estar menos intoxicados que nosotros con espectativas concretas y vivencias pasadas, tiene una percepción de la vida y del ahora bastante más nítida que muchos adultos perplejos o asustados por las circunstancias vividas. Y es que, en cuestión de sentimientos, los niños tienen muchas veces la batalla ganada!

Los voluntariosos y presuntamente amorosos padres, mientras intentamos gestionar una situación emocionalmente adversa -aunque a veces solo sea por lo inesperada, aunque no siempre y necesariamente negativa-, intentamos educar a nuestros hijos -víctimas inmediatas y propiciatorias de los fracasos sentimentales- a partir de lo que debería ser y no según lo que realmente es. Les intentamos educar en lo que tendría que haber sido y nunca fue, lo que les crea una incertidumbre mayor. Porque si el niño sabe algo, es vivir el hoy y ahora, sin referentes históricos ni futuros que distorsionen la verdad de los hechos percibidos. Y en eso son maestros... y deberíamos aprender de ellos! Y es que los niños tienen una sensibilidad y una intuición que muchos querríamos mantener de mayores! Nunca infravalores a un niño, por pequeño que sea y aparentemente ridículos que parezcan sus comentarios y opiniones! Es verdad que, con el tiempo y con la edad, los niños van perdiendo su espontánea percepción de la realidad y del ahora, en favor del miedo -y la distorsión que éste produce- y nuestros fantasmas personales y globales, que les vamos inculcando los padres, el colegio y la sociedad en general.

En alguna ocasión, hablando con madres que han sufrido un fracaso matrimonial, he insistido en que sea el sentido común y las emociones quienes guíen sus pasos para gestionar una situación adversa, como siempre lo es una ruptura. Plantear las cosas solo desde la razón -lo que es mucho pedir en situaciones básicamente emocionales- es difícil y, la mayoría de las veces, inconveniente para los niños. Claro está que, como padres, intentamos transmitirles siempre lo mejor a nuestros hijos, sin tener en cuenta qué es realmente lo mejor en cada caso, si lo que nosotros creemos es cierto o no, o si tenemos realmente asumidos nuestros sentimientos ante un suceso. Nadie nace buen padre, ni mucho menos buen maestro! Así, si un padre o madre se ve a sí mismo como víctima o culpable de una situación dada, proyectará eso mismo en sus hijos, lo que, evidentemente, provocará una colisión entre lo que éstos perciben por vibraciones y lo que se les dice racionalmente sobre ello, que, por cierto, ambas visiones suelen tener poco que ver! Primero porque los niños, afortunadamente, basan más su percepción en las intuiciones y vibraciones, que en las palabras; y luego porque nuestras palabras no siempre son coherentes con nuestra actitud real o nuestros actos!

Evidentemente, el caso extremo de esa ineptitud nuestra como padres para gestionar situaciones complejas y emocionalmente adversas, es cuando surje el miedo en forma de agresividad o violencia, como es el caso en la llamada alienación paternal. En estos casos -por cierto, cada día más frecuentes- un progenitor lanza a sus hijos mensajes subliminales -o no tanto- sobre el otro, intentando manipular su visión de esa persona o distorsionar los propios hechos. Ya sea en negativo o en falsamente positivo (por ejemplo, cuando alguien intenta convencerles del buen comportamiento del otro, sin creerlo ni sentirlo así realmente), no deja de ser una manera, conciente o no, de manipular la realidad o actuar sobre la percepción de los niños. En todo caso, haya o no buena fe en ello, siempre deja secuelas que el niño tardará en depurar muchos años! ¿Lo mejor? Intentar ser cada uno como es en cada momento (sin roles pre-establecidos), sentir las cosas tal como se sienten y siempre demostrar a los hijos nuestra mejor voluntad, quizás nuestra incapacidad como maestros de la vida, pero también nuestro hábito de equivocarnos para aprender! ¿No es eso amor?

Te traigo un artículo de La Vanguardia sobre el tema de la alienación parental. Extrae tus propias conclusiones...



"Los afectados por alienación parental se sienten culpables". El profesor Domènec Luengo, de la UB, acaba de publicar 'El síndrome de alienación parental, 80 preguntas y respuestas', sobre una patología que, según la OMS no existe. La Vanguardia. NÚRIA ESCUR Barcelona 11/11/2009

La subcomisión de Igualdad del Congreso que ha evaluado la ley de Violencia de Género ha sido rotunda con el síndrome de alienación parental (SAP): no existe. Pero ayer mismo la adjunta al Defensor del Menor, Carmen González, aseguraba que "la realidad es que hay manipulaciones". El debate está abierto, tal como se refleja en El síndrome de alienación parental, 80 preguntas y respuestas (Viena Ediciones), que acaba de publicar Domènec Luengo, doctor en Psicología, especialista en trastornos de ansiedad y profesor del ICE de la Universitat de Barcelona, en colaboración con Arantxa Coca.

No la incluye como patología clínica, pero muchos profesionales vemos diariamente a niños que responden a sus efectos.

Ahora que ya cuentan con estudios de adultos que pasaron por esa alienación parental ¿puede saberse qué alteraciones sufrirán esos niños de adultos?

Hay uno muy curioso: el vacío existencial. Perciben una infancia robada. Suele haber un componente depresivo y en su memoria emocional queda el sentimiento de que fueron usados, segregados por uno de los progenitores a los que, a menudo, no vieron más. Intentan recuperar tiempo perdido y tienen un enorme sentimiento de culpabilidad.

¿Intentan recuperar esa relación perdida con su progenitor?

A veces. Buscan el perdón aunque se les diga que ellos, como niños, nunca tuvieron la culpa. Pero suele ser infructuoso porque la persona que encuentran ya no es la que dejaron.

Parece que el creador del síndrome, R. Gardner, fue un sujeto de quien lo más bonito que se ha dicho es que era misógino, paidófilo y estaba obsesionado por perjudicar a las mujeres.

Deberíamos ir más allá del estigma del personaje y distinguir entre lo que fue una biografía perversa, desequilibrada, del primer investigador del SAP de lo que luego ha sido el conocimiento del fenómeno.

Tan alienador puede ser un padre como una madre.

Claro, el problema es que nos topamos con la realidad histórica: en la mayoría de los casos las custodias se han dado a las madres. Los niños están con ellas muchas más horas, luego su influencia es, casi siempre, más determinante. No es un problema de género sino de estadística. Pero a medida que se avanza hacia una custodia compartida el tema del SAP deriva en una barbaridad, no se puede entender. En Alemania, por ejemplo, si surge un caso se quedan extrañadísimos.

El tercer nivel de SAP deriva en fobia al progenitor.

Ese nivel, para que sea SAP de verdad, implica la exclusión del progenitor. Para estar en él ya se debe haber producido una situación fóbica en el niño con ataque de pánico incluido o grandes pataletas en el intercambio. Hay casos donde ni siquiera los Mossos se atreven a intervenir.

¿Cuándo surge la alerta que denota que hay que consultar a un profesional?

El día en que el niño, al visitar al otro progenitor, se muestra distanciado. Cuando se nota que hay una devaluación de la figura de alguien que hasta entonces había sido querido, referenciado y necesitado. Y cuando usan palabras inducidas. Esas frases que sabes que alguien le ha repetido. De pronto te habla del juez o la hipoteca con cuatro añitos. El funcionamiento del SAP se parece mucho al de una secta.

¿Qué le dices a tu hijo del progenitor que os aliena?

No queda más remedio que tener clase. No te pongas a su altura. No grites, no amenaces. Encajar sin resignación, que nunca le quede al otro un argumento.

¿Cuál es la edad más peligrosa para el niño?

Entre los 8 y los 12 años porque es cuando inicia el pensamiento concreto.

¿Qué pruebas les hacen?

Muy sutiles. Se trabaja con dibujos, situaciones análogas, muñecos con rol, preguntas tangenciales. Todo eso es más fiable que pasar test a los progenitores, que contestan lo que quieren.

¿La intuición funciona?

Uno de los signos más evidentes del alienador es el pensamiento absoluto: no tiene matiz, compacta su teoría y cierra todas las posibilidades. Y siempre es el que se resiste a ir al psicólogo.

¿Con quién se alía el niño?

Desgraciadamente, demasiadas veces con el alienador, que, a su vez, puede ser victimista o autoritario.

Lo peor de su libro es que dice que para el SAP no hay solución.

No, no hay. Bueno, hay una. Es la tecnificación de los jueces. El juez de familia debe saber mucho más que repartir coches, casas y alimentación. Tiene que controlar afectos. Y eso, mayoritariamente, no lo hace.


¿COMENTARIOS, OPINIONES? PARTICIPA EN NUESTRO FORO DE OPINIÓN

http://forocontigomismo.ning.com/

 

Tell me when this blog is updated

what is this?