viernes, 16 de abril de 2010

LA DESTRUCCIÓN DEL PLANETA ¿POR VANIDAD... O POR MIEDO?



Dicen que la estupidez humana es la que está malbaratando el planeta Tierra. Solo hay que ver fenómenos como el calentamiento terrestre, la paulatina degradación de nuestros ríos, fauna, mares, montañas y bosques para darnos cuenta de ello! Pero, un paso más allá de esa presunta estupidez e insensatez, está el miedo del ser humano y su necesidad de control y de sensación de presunta seguridad! Como Adán y Eva en el bíblico Paraíso, el ser humano y su vanidad necesitan desesperadamente sentirse amos del Universo y servirse de todo lo que le rodea. ¿Qué lógica tiene pensar que somos los únicos seres presuntamente inteligentes en un Universo infinito? ¿Qué sentido tiene tener que destruir el medio natural para demostrar nuestro presunto poder sobre todas las cosas, incluídas las gentes que viven en él?

Aparte del lucro, de la vanidad y del poder, esa ansia desmedida del hombre por dominar destruyendo su necesario sustento, la Tierra, hay miedo, mucho miedo! ¿Miedo a qué? Miedo a su innata capacidad de formar parte de Él de manera armoniosa y responsable, miedo a que sea el propio devenir del Universo con sus implacables Leyes quien marque el transcurrir de la propia vida humana! Porque ese devenir es, precisamente, lo que hace mágica, enigmática y siempre inesperada nuestra propia vida como seres vivos. Resistirse a ello significa pretender que una simple flor silvestre se niegue a cumplir su eterna misión de nacer de una semilla y marchitarse en el momento preciso, negar que el sol salga imperturbable cada día de manera diferente o que miles de aves crucen medio mundo para buscar la calidez del clima en cada estación, todos ellos fenómenos tan naturales como sobrenaturales! Porque cada uno de esos fenómenos obedecen a un Fin eterno, mágico y a veces cíclico que, a pesar del hombre, nos invita a pensar en algo -afortunadamente- superior, propio y magestuoso... y eternamente cambiante!

El ser humano obedece a una mente limitada que es incapaz de aceptar el azar, el cambio, las causalidades y el propio devenir de sí mismo y de todo lo que le rodea! Para corroborar su impotencia, el ser humano se obstina en destruir, modificar irreversiblemente e incluso aniquilar lo que encuentra a su paso, para sentirse dueño y señor del Universo que le circunda! Evidentemente lo hace en aras de su pretendido poder, su engañosa buena voluntad y su derecho -auto-otorgado y absurdo, claro está- de sentirse el rey de todo lo existente! Afortunadamente el Universo no necesita exclusivamente del ser humano ni de su mente, ni cesa en su empeño por ser, manifestarse y ayudarnos a ser más humanos cada día, aunque a ratos nos lo deba recordar a base de milagros o sustos, como terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas o situaciones climatológicas, aparente y/o temporalmente adversas! Y son estas implacables lecciones las que nos enseñan quién es quien en el Universo! ¿Por qué esta obsesión de sentirnos superiores, si basta un nimio fenómeno climatológico o sísmico para que todo el presunto poder humano, todo nuestro imperfecto sistema social, científico y económico -y, con ello, toda nuestra vanidad- se venga abajo, en un abrir y cerrar de ojos?

El miedo, o sea la ausencia de confianza -o de amor, que es lo mismo- a lo que nos rodea y a su propio devenir! El ser humano, cual simple pieza en este glorioso rompecabezas que es la vida, forma parte consustancial de ese Todo, de ese ilimitado Universo que está aquí, junto a nosotros, para ayudarnos, para enseñarnos... más que para ser explotado, ignorado y aniquilado por el mismo miedo que nos coharta y nos impide ser y sentirnos libres y humanos! Lo único que nos diferencia de otros seres en este Universo es la inteligencia... precisamente eso que, a la vez y paradógicamente, nos separa del Todo, ya sea de nosotros mismos o de lo que nos sustenta, ya sea una piedra, un animal, una planta... o un estrella! Porque no deberíamos olvidar que, en nuestro Universo, una simple piedra nos enseña a ser firmes, el agua, a fluir, una planta, a crecer y mostrarnos al sol, un pequeño ruiseñor, a cantar a la vida cada nueva mañana! ¿Por qué tenemos esa torpe y peligrosa manía de atacar, menospreciar o destruir, precisamente, a lo que nos enseña a vivir tal como la vida es?

¿Morder la mano de quien nos da de comer? Quizás sí... y en el terreno más humano y concreto, eso es lo que suele pasar en nuestra vida más cotidiana! Y es que el miedo es, desgraciadamente, nuestro mejor aliado para ello, quien nos domina, advirtiéndonos de nuestra vulnerabilidad, de nuestras flaquezas y, lo que es peor, nos invita a rebelarnos contra -precisamente- quien o lo que más nos ayuda! Las personas que, como yo, pretendemos ayudar a los demás a ser o a salvar sus escollos momentáneos, sabemos bien que no es siempre gratitud lo que recibimos a cambio...

Aquí te traigo una interesante entrevista de La Contra de La Vanguardia de un personaje que describe perfectamente la actitud del ser humano frente a la Naturaleza. Extrae tus propias conclusiones...

Hervé Kempf, 52 años, pionero del "decrecimiento económico"; autor de cabecera de Hugo Chávez. "La avaricia de unos pocos amenaza el planeta de todos".

La Vanguardia. LLUÍS AMIGUET - 15/04/2010

¿Esperaba que Hugo Chávez esgrimiera su libro en la cumbre de Copenhague?

Chávez se leyó Cómo los ricos destruyen el planeta en el avión porque se lo había recomendado mi amigo Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique a él y a Evo Morales.AChávez le gustó y lomostró al auditorio en Copenhague.

¿Orgulloso de impresionar a Chávez?

A Chávez le interesó cómo vincula mi ensayo la causa social y la ecológica. Yno es una conclusión doctrinal, sino mi experiencia.

¿Ha sufrido usted explotación?

Cuando veo un africano malviviendo en un suburbio de París y le pregunto "¿por qué estás aquí?", su respuesta siempre es una historia de explotación del hombre por el hombre y después de degradación del planeta.

Por ejemplo...

Los suburbios de Europa están llenos de inmigrantes que tuvieron que abandonar el medio ambiente donde nacieron, porque está exhausto tras la explotación abusiva. Son africanos que inmigran porque no han podido seguir siendo pescadores o cazadores o agricultores en su tierra, porque los recursos de sus mares, campos y selvas han sido esquilmados.

Ese camino de África a Europa antes lo hicieron mercancías, valor y plusvalías.

Vienen aquí porque no les hemos dejado nada allí para que puedan sobrevivir. ¿Por qué cree que actúan los piratas somalíes? ¿Porque son malos y peligrosos "terroristas"?

Yo no justificaría la piratería.

Pero expliquemos sus causas: eran pescadores que hoy no pueden competir con las modernas flotas de pesca como la española, por cierto, o la japonesa. Ya no les quedan peces, así que cogen las pistolas.

Podemos rectificar.

Si no rectificamos, nuestros hijos heredarán un planeta degradado por la avaricia y la estupidez de unos pocos. Lo que me preocupa es que estamos ante una crisis ecológica que pone en peligro nuestra propia especie.

¿No es usted algo cataclísmico?

En un siglo hemos llegado al límite de los recursos que durante un millón de años fueron ilimitados para nuestros antepasados: el oxígeno; el agua potable; los mares. En sólo dos generaciones, hemos puesto al planeta al límite y ahora estamos empezando a superar ese límite.

Aún queda planeta

. Ya no para una sexta parte de las especies terrestres hoy extinguidas por la acción humana y que existían sólo hace un siglo. Nuestros hijos sólo pueden ver en fotos animales que nuestros abuelos veían vivos

"La Tierra da recursos para las necesidades de todos, pero jamás dará suficiente para colmar la avaricia de unos pocos".

Gandhi no sólo lo dijo, sino que lo transformó en ejemplo al vivir con lo esencial, pero yo me he inspirado en Thornstein Veblen y en su mordaz ironía al explicar cómo las clases altas necesitan alardear de gasto suntuario para retarse entre individuos y demostrar su éxito.

Es la teoría del hándicap, o del pavo real, expuesta aquí por el etólogo evolucionista Amotz Zahavi.

Siempre hemos consumido un exceso de recursos naturales más allá de nuestras necesidades materiales para competir con los demás: las clases altas, para deslumbrar a los demás individuos de clase alta, y las clases bajas han imitado –o al menos lo han intentado– el lucimiento de gasto de las altas para sentirse ascendidas socialmente.

Todo muy humano.

Y las tribus –hoy naciones y estados– han derrochado también recursos de su territorio sólo para exhibir su poder. Está en nuestro instinto. Incluso le diría que hay una parte de esa élite económica que se siente fascinada por la idea de consumir el planeta hasta el final.

¿Quemar Roma como Nerón?

Una pulsión suicida. Piense que consumir es en realidad destruir. El lujo hoy es enemigo de la especie. Y en ese sentido necesitamos decrecer económicamente.

¿Quien más contamina que pague más impuestos?

No basta: hay que cambiar la cultura. Necesitamos una cruzada estética para afear la sobreexplotación del planeta por mera vanidad. Hay que reivindicar la sobriedad.

Pues empiece por países petroleros.

No sólo es la exhibición de riqueza. También el despliegue armamentístico –otra forma de exhibición más perversa y nociva– en otros países de estilos más austeros.

¿Propone una revolución pedagógica?

Propongo que cuando alguien quiera instalar una fábricaouna granja en un valle idílico con un río virginal, y ensucie y contamine ese río –o esa playa– de todos para poder comprarse con las ganancias una mansión gigantesca o... ¡un Rolex de oro...!

Hay otros lujos más inteligentes...

... Y arruinan su río y contaminan sus aguas... ¡para poder construirse una piscina en su jardín...!, que todos le digamos que esa conducta es hortera, ignorante y nos perjudica a todos.

La envidia es más poderosa que la responsabilidad.

Pero nos queda el raciocinio. Nos queda la reflexión: ¿para qué más coches de 100.000 euros, y mansiones con catorce baños? ¿No sería un lujo mayor poder caminar por un bosque frondoso y florido y bañarse en un río limpio?

 

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