jueves, 9 de diciembre de 2010

DEJAR DE MIRAR... ES EMPEZAR A VER...



Hay momentos en los que lo mejor es guardar silencio. A todos nos pasa que, ante el sufrimiento propio o ajeno, no sabemos qué hacer, qué decir o cuándo! Y el silencio llena nuestro espacio. Callar es, entonces, un privilegio! Saber callar a tiempo, todo un arte... en estos tiempos que corren con demasiado ruido!

Porque muchas veces, cuando hablamos, lo hacemos para llenar el silencio, sustraernos del miedo, de más sufrimiento o de la culpa! Y, entonces, con las palabras intentamos huir del dolor, aunque sea intentando consolarnos o consolar -incluso atacar, también- a quien queremos. Pero, detrás del silencio vacío de palabras y de gestos, otras muchas veces hay un sentimiento de impotencia... de no saber qué, cómo o cuándo sucederá lo que suceda. Porque unidos el silencio y la distancia provocan inquietud, sobre todo cuando son involuntarios!

Mi vida, en estos últimos tiempos, está intentando desesperadamente que aprenda esta innegable lección de la propia vida! Me ha regalado distancia y silencio que hoy debo aprender a llevar, a digerir, a hacer soportables y cotidianos en mi vida! Supongo que, ante ellos, debo recurrir a mi corazón y, desde él, amarrarme a lo que siento dentro, lo único que realmente es capaz de romper este -humanamente insoportable- silencio y distancia, que la vida me está trayendo! Debo ser capaz de encontrarme con su mirada y con sus gestos callados para ser capaz de reencontrar la paz que, ante el miedo a la incertidumbre, a ratos parece ausentarse de mi Alma! Y debo ser capaz de dentrarme en mi Alma para, desde ella, soñar de nuevo y confiar en que la vida hace lo que debe, aunque humanamente nos cueste aceptarlo!

Y hoy soy capaz de ver su mirada en cada rincón que miro, en cada momento que paso lejos de ella... y me doy cuenta de que mis ojos no me engañan: ella -mi buena amiga- hoy no está aquí, conmigo, donde podría mirarle a los ojos, tomarle la mano y pedirle que tenga fuerzas para salir adelante y recuperar su sonrisa. Ni tan siquiera sé si alguna vez volveré a saber de ella y a compartir los sueños -amarillos- que ambos compartíamos a menudo. Pero, si no me dejo vencer por el miedo, si en cambio busco en mi corazón, la siento siempre cerca, conmigo... a pesar del silencio y de la distancia -propios y ajenos- que hoy y a ratos pugnan por imponerse! Porque ahí, en nuestro corazón, es donde encontramos esa paz con sentido, necesaria para romper la distancia, el silencio y la soledad, que el ser humano teme, desde siempre. ¿No será por ello que otorgamos al corazón la capacidad de amar y, por tanto, de dejar de tener miedo? ¿No son solo nuestros ojos los que ven distancia, silencio y miedo, donde nuestro corazón solo ve amor verdadero, próximo, compartido y para siempre?

Esté donde esté, en su corazón -como en el mío- no puede haber silencio ni distancia! Esté como esté -aún con sus luces y sus sombras- su corazón es quien le ayudará a ver de nuevo la vida de color y le hará quererse y sentirse querida... en unos momentos en los que, quizás, sus ojos -hoy seguramente tristes- solo le hablan de sufrimiento, silencio y de distancia!

Quizás por eso, desde aquí, desde mi corazón, solo puedo pedirle a ella que tenga el valor de dejar de mirar con sus preciosos ojos... y que sea capaz de ver su vida desde el corazón, donde solo hay amor y esperanza!

Para ella, desde dentro...

Miguel Benavent de B.

 

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