Sin duda la violencia es una lacra de la Humaniad. El miedo en forma de odio se impone en un mundo donde el terror campa libremente y por doquier. Ya se trate de violencia organizada, de tono "bajo" como el maltrato -doméstico, de género, infantil o hacia los animales- ya sea institucionalizado por países aparentemente civilizados que se muestran como estandartes de la libertad y la democracia o en países del mal llamado subdesarrollo...
Y esa violencia nace de la agresividad humana y del miedo que la genera. La agresividad es algo inherente al ser humano y la violencia no es más que su uso explícito, continuado y premeditado. Pero la agresividad, habiendo nacido del ser humano, solo puede erradicarse en él, en cada uno de nosotros como personas con capacidad de ser y de elejir libremente nuestra vida y nuestro comportamiento y actitud en ella. Simplemente porque la suma de cada uno de nosotros -y de nuestras dicisiones voluntarias- formamos la sociedad. Si cada uno de nosotros permitimos, aceptamos o nos mantenemos indiferentes ante la agresividad personal o la violencia explícita, ésta domina la sociedad y hace de este mundo nuestro algo insoportable e insano para el propio ser humano y su entorno natural. Da igual que esa violencia se cebe con mujeres, con personas desvalidas y pobres, con niños o con animales...
Para evitarlo, cada uno de nosotros debe asumir y aceptar que es en nuestro interior donde reside la agresividad, no fuera... donde es fácil de denunciar o de culpar a los demás, ya sean instituciones, países o exlotadores de cualquier tipo. Debemos -cada uno- reconocer que la agresividad no es algo ajeno e inevitable, sino algo que tenemos dese que nacemos, que alienta esta sociedad enferma... pero que podemos -y debemos- controlar y evitar! Quizás empiece con una sutil falta de respeto hacia alguien de nuestro entorno... seguramente fruto de haber sufrido antes en propia carne esa sutil pero tóxica falta de respeto de un familiar o nuestra pareja... "Ofrecemos lo que hemos recibido y buscamos lo que nos falta"! De esta manera, una persona que ha sido puntual o continuamente vejada, maltratada o vilipendiada, llegará -incluso- a aceptar ese trato indigno, lo considerará "normal", "merecido" e incluso alentará su sentimiento de culpa...
El único antídoto para desprenderse de esa lacra será asumir la propia responsabilidad de su vida, cuestionando y eligiendo libremente qué quiere y qué no en ella. En un primer paso, quizás se considere víctima de alguien cercano o de las circunstancias de su propia vida... Pero buscando culpables de nuestras desdichas no hacemos más que admitir nuestra incapacidad de controlar y asumir nuestro rol de protagonistas de nuestra propia vida! Exculpar a los demás, exculparse a uno mismo por haber permitido que esa situación adversa sucediera! Perdonar y perdonarse! Ese es, sin duda, el primer y decisivo paso para erradicar todo eso que perturba nuestra vida, nuestro mundo... y nuestro camino hacia nosotros mismos y, por tanto, hacia nuestra felicidad! Porque no debemos olvidar que nadie se siente bien consigo mismo cuando se deja llevar por sus debilidades, condicionantes y carencias... Pero, de igual modo, nadie debe ser víctima de uno mismo ni de nadie más... solo por no tener el valor de asumir su propio protagonismo en su vida y elegir libremente lo que desea en ella...
Aquí te traigo un artículo aterrador sobre un tipo evidente de violencia humana e institucionalizada. Hay muchos tipos más y quizás te resultarán ajenos y lejanos de tu entorno habitual y de tu vida! Pero piensa que cada vez que tú alzas tu voz, no atiendes o no intentas comprender a un familiar, conocido o compañero de trabajo -con o sin justificación- estás sembrando de agresividad tu entorno... y la violencia no es más que la perpetuidad -organizada o no- de esa conducta humana, pero perjudicial para tí y para los que te rodean! Extrae tus propias conclusiones...
VIAJE AL CORAZÓN DE LA TRATA DE BLANCAS
La periodista mexicana Lydia Cacho dibuja el mapamundi del tráfico de mujeres Cada año, 1,39 millones de personas pasan a engrosan la nómina de esclavos sexuales. Xavi Ayén La Vanguardia. Barcelona 04/06/2010
Nunca en la historia de la humanidad se habían secuestrado, comprado y esclavizado sexualmente a tantas mujeres como ahora. La trata de seres humanos está documentada en 175 naciones y, cada año, 1,39 millones de personas –la mayoría, mujeres y niñas– pasan a engrosar la nómina de esclavos sexuales. Las cifras crecen y crecen y, según la periodista Lydia Cacho (México, 1963), "muy pronto se superará el número de esclavos vendidos en la época de la esclavitud africana que se extendió del siglo XVI al XIX".
El libro de Cacho recoge la investigación que durante cinco años ha llevado a esta corajuda mujer a recorrer medio mundo (Turquía, Israel, Japón, Camboya, Birmania, Argentina, México, Senegal, Uzbekistán, España...) rastreando los flujos del tráfico de mujeres, y entrevistando a víctimas, clientes, proxenetas, militares, políticos, mafiosos, banqueros, policías, sicarios, familiares... disfrazándose si era menester –a la manera de su admirado Günter Wallraff–, por ejemplo, de novicia para pasear sin peligro por un barrio mafioso de México, o de turista para visitar un prostíbulo de jóvenes en Tokio. El resultado de su trabajo no ofrece lugar a dudas: pese a las versiones oficiales que minimizan la cuestión y a la tendencia occidental de mirar hacia otro lado, este negocio vive –protegido por múltiples poderes– su momento de máximo esplendor.
"Las mismas fuerzas que tendrían que haber erradicado la esclavitud –afirma Cacho, refiriéndose a la economía de mercado y al mundo global– la han potenciado a una escala sin precedentes". Además, se ha impuesto, en el terreno de las ideas, "una cultura de normalización de estas prácticas, vistas como un mal menor". Cacho –que fue torturada y encarcelada en México en el 2005 por sus denuncias sobre pornografía infantil– demuestra en su libro cómo los grupos criminales actúan en connivencia con el poder político y económico. Una imagen puede simbolizarlo: en la ciudad japonesa de Kobe, "varios policías vestidos de civil" protegían la entronización del nuevo padrino de la mafia. Menos espectacular, pero igualmente revelador, la periodista detalla cómo en Europa y EE.UU., a pesar de sus leyes contra el tráfico, se permite de facto. "En EE.UU. –afirma Cacho– ser cliente de prostitución está penado por la ley. Sin embargo, miles de centros nocturnos, casas de masajes y servicios de acompañantes se anuncian en los diarios más prestigiosos".
La periodista, que ha llegado a hablar con madres que le vendían a sus hijas, explica cómo "naciones profundamente religiosas, como Turquía" no solamente han legalizado la prostitución "sino que el propio gobierno maneja los burdeles" mientras, en el polo opuesto, "Suecia ha penalizado el consumo de sexo comercial". Y, en Pattaya (Tailandia) ha hablado con niñas de diez años "que tenían seis o siete clientes de yum-yum (sexo oral) todos los días del año".
En su estancia en Israel y Palestina, Cacho ha comprobado que, bajo el conflicto, late un drama oculto: la creciente desaparición de adolescentes y jóvenes, ya sea para prostituirlas o para vender sus órganos. En el 2007, un juez obligó a unas chicas violadas a casarse con sus verdugos ya que "el padre las había vendido y las niñas ya no eran honorables" pues habían perdido su virginidad. Aunque Israel reconoce sólo 2.000 casos, diversas ONG hablan de 20.000 prostitutas, la mayoría "forzadas y sometidas a una deuda con sus traficantes".
El libro detalla los mecanismos de funcionamiento de las mafias, a las que describe no como "grupos aislados" sino como una industria organizada que, además, paga impuestos con sus negocios legales o tapaderas. Cacho cuenta cómo, cuando los empresarios pierden a sus esclavas por cualquier motivo, "en 72 horas sus brókers ya tienen a las suplentes".
La autora consagra un capítulo a la guerra y muestra cómo, por ejemplo, en la de Iraq el ejército norteamericano usó en algunos casos la violación como arma intimidatoria –a la manera de los serbios en Yugoslavia– y cómo, a pesar de las declaraciones oficiales, EE.UU. auspició la creación de nuevos circuitos prostibularios en el país invadido.
Asimismo, analiza con detalle los modos en que los hombres se convierten en proxenetas –apadrinamiento y tradición familiar, básicamente– y sobre todo cómo ejercen su labor, usando las nuevas tecnologías –las redes sociales de internet– y desarrollando unos mecanismos para domar a las chicas.
El fenómeno no es anecdótico. La explotación sexual comercial es la forma de trata de personas más extendida en el mundo (79% del total), seguida del trabajo forzado (18%), recuerda Cacho. El 3% restante lo componen la servidumbre doméstica, el matrimonio forzado y la extracción de órganos.