lunes, 16 de marzo de 2009

EL OTRO YO



Vivimos una vida dual: mente o corazón. Creemos que todo es blanco o negro, bueno o malo, agradable o desagradable, como cuando éramos niños, aprendiendo a caer y a levantarnos cada vez. Y la verdadera vida está hecha, precisamente, de matices, de interpretaciones, de realidad y fantasía a partes iguales... porque eso es lo que nos procura la felicidad o el sufrimiento en nuestro día a día! Y nosotros nos obstinamos en elejir qué queremos vivir como si nuestra vida fuera solo una... mientras, en nuestra alma, el corazón y la mente se dan la mano en un equilibrio que nos regala el privilegio de la paz interior. Descubre el alma, halla tu equilibrio y disfruta la vida tal y como viene... sin dejar de ser tú mismo y de vivir cada día lo que realmente quieres y mereces!

Aquí un breve y lúcido cuento de Mario de Benedetti.

EL OTRO YO

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.


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