viernes, 26 de junio de 2009

EL SUICIDIO EN VIDA



Suicidarse es renunciar voluntariamente a la vida... que merecemos! Generalmente por miedo, falta de valor para vivirla. Pero no hace falta quitarse del todo la vida para renunciar a ella. Para renunciar a ella solo es preciso dejar de vivirla como viene, cerrarse en el autoengaño, pensando que eso evita lo inevitable y renunciando a una vida mejor, a cambio de una vida presuntamente segura, programada y confortable, aunque vacía! Suicidarse es matarse uno mismo desoyendo nuestro fuero interno, dejando de soñar lo que merecemos y tenemos derecho, resignándonos a lo que nos ha tocado y no haciendo algo para cambiarlo. En una palabra, acumulando agravios y yendo contra uno mismo. Eso es el suicidio en vida!

Porque el suicidio real y evidente tiene como protagonista a una persona temorosa que desea abandonar este mundo... porque siempre lo ve como algo ajeno, frustrante y medio vacío de alegría! Porque, más alla de si tenemos derecho o no a decidir sobre nuestra vida o de la presunta ilegalidad del asunto, el suicidio no es más que dejarse llevar por el miedo y, por tanto, desterrar el amor de nuestra vida. Ambos no caben, ¿amor o miedo, decisiva elección? Y es que, sin amor, esta vida nuestra no vale la pena! Pero amar exije una actitud determinada en la vida; el amor empieza -necesariamente- por uno mismo, sigue por los que nos rodean y por todos los demás... y acaba en el Todo lo que la vida nos ha puesto a disposición para que vivamos y alcancemos la felicidad! Es decir, amar la propia vida!

Generalmente hablamos del suicidio -entendido como tal- como algo extraño, lejano y ajeno, como si no hubiera estado presente en algún momento de nuestra existencia. Quien más y quien menos ha sentido en alguna circunstancia adversa y gestionada desde el miedo, el irrefrenable y lícito deseo de suicidarse... aunque fuera un impulso pasajero y no culminara por la falta de valor para llevarlo a cabo. Seguramente, si existiera un método rápido, efectivo y discreto, muchos de nosotros estaríamos muertos! Sí, no hace mucho tiempo que me rondó por la cabeza el deseo de suicidarme, lo reconozco y no me avergüenzo por ello, pues fue precisamente mi palanca de ascenso hasta mi hoy, en camino hacia mi plenitud y mi felicidad. Entonces, estaba ofuscado ante una vida que detestaba, un amor verdadero y ausente y, sobre todo, llevaba demasiado lastre histórico y ajeno para poder transitarla con entera libertad, con dignidad y tal como yo deseaba. Sin duda, más fácil y cómodo quitarse de enmedio... que intentar cambiar las cosas que me impedían vivir la vida que merecía. Por entonces, incluso comentaba a mis mejores amigos -con un cierto impudor- mi sincero pensamiento, provocando la perplejidad en mis fortuitos oyentes; supongo que más que asustarse ante mis explicaciones, muchos de ellos incluso encontraron en mis argumentos poderosas razones que compartían y que, sobradamente, justificaban una decisión límite como aquella... Pero, como dicen los terapeutas, el pretendido suicida que lo anuncia, generalmente nunca lleva a cabo su amenaza. Y así fue, nunca tuve el valor de suicidarme o tal vez porque no supe encontrar la píldora mágica que lo hiciera ;) Pero no es que tuviera o no valor suficiente, sino que opté -en medio de esa profunda borrasca del trastorno mental transitorio- por dedicar mi valentía a cambiar realmente las cosas, empezando por mí mismo. Supongo que hay que tocar fondo en algún aspecto de nuestra vida para lograr dar el gran salto hacia arriba, hacia uno mismo y lo que uno merece!

Dar el salto desde las profundidades hasta el Cielo implica, simplemente, cambiar el miedo por el amor, dejar de resignarse ante la vida y luchar despiadadamente por lo que uno siente (no piensa, ni cree) merecer en ella. Significa dejar de pensar que la vida es injusta, nos engaña y nos pone trampas -para probar nuestra lealtad con nosotros mismos- y darnos cuenta de que la vida no es más que el fiel espejo de nosotros mismos y de lo que, con nuestra actitud vital, parecemos pedir a la vida. ¿O el amor solo significa simplemente ser capaces de mirar la botella medio llena cuando hasta entonces la veíamos medio vacía? Y ese esencial cambio de prisma en la vida no puede hacerlo nadie por nosotros! La solución, sin duda, pasa por abandonar ese viejo sentimiento de culpa -inducido por nosotros mismos o por los otros- para sustituirlo por un sentimiento positivo, como es la gratitud. Si logramos considerarnos afortunados poseedores de lo que tenemos y nos brinda la vida en cada instante, siempre tendremos poderosas razones para vivir y, así, tener tiempo suficiente para devolverle a la vida lo que, generosamente, nos ha regalado. Si no, siempre habrá un reproche, una razón injusta, una acumulación de errores propios y ajenos para considerar seriamente la marcha forzada de este loco mundo nuestro. Si, además, somos conscientes de que la vida, al final, siempre pone las cosas donde han de estar o, como comunmente se dice, pasa factura, uno siempre puede pensar en abandonarla antes de que llegue la factura y así se evite el pago, expiando sus erróneas decisiones del pasado o sus simples indecisiones. Huelga decir que resulta mucho más efectivo tomar decisiones en vida, basadas en la coherencia con uno mismo, evitando equivocarse reiteradamente, aunque siempre aprendiendo de ello. Los errores siempre son subsanables, aunque para ello debamos dejar de lado nuestro miedo... y ver que, muchas veces, en su caso, son un camino hacia el amor! Seguir en el miedo significa la sistematización de los errores hasta que realmente aprendamos de ellos y, sobre todo, la renuncia al amor que se nos ofrece... lo que convierte nuestra existencia en una muerte en vida, o en un suicidio más!

Aquí te dejo una entrevista de La Contra en la que se habla del suicidio. Léela y extrae tus propias conclusiones.


Carmen Tejedor, 66 años, psiquiatra; dirige el programa de prevención del suicidio del Eixample"Yo nunca he encontrado libertad en un suicida". La Contra de La Vanguardia. LLUÍS AMIGUET - 13/06/2009

Cuando podemos hablar de algo, también empezamos a controlarlo; por eso el mejor remedio contra el suicidio es la palabra. Cada día llegan suicidas a mi consulta: si todos cooperamos, podríamos reducir su número

Veo a un suicida a punto de lanzarse al vacío, ¿qué hago?

Para empezar, no demuestre nervios ni precipitación e intente buscar ayuda. ... ... Con naturalidad y calma, trate de hacerle hablar con respeto y tacto, encontrando el tono adecuado, preguntándole por su nombre por qué está actuando así.

Por ejemplo... "Bueno, vale, Lluís, entiendo que se siente muy mal, explíqueme por qué está aquí...".

... Debe intentar rebajar dramatismo; aplazar el acto, pero no se enfrente a él ni trate de predicarle, y llámele por su nombre.

¿Por qué?

La libertad del suicida es falsa. Lo explica muy bien The bridge,un documental rodado con cámara oculta en The Golden Gate de San Francisco, lugar habitual para suicidas.

¿Qué explica?

Recoge un suicido frustrado por una foca que empuja al suicida, con las piernas rotas, hacia la superficie: "Me arrepentí - confiesa el pobre-cuando aún estaba en el aire".

Esa foca merece una medalla. Otro suicida también se arrepiente en el último segundo y se desuella las manos aferrándose a la cornisa: "No era yo cuando me tiré". Ahí está la respuesta de cordura de no reconocerse a sí mismo en la situación.

El retorno de la dignidad.

Por eso hay que afirmarle la identidad al suicida llamándole por su nombre y demostrándole que nos importa; que es alguien para nosotros y que su vida es necesaria.

¿Y si no quiere hablar ahora?

Hágale olvidarse del ahora.

...

Recuerde el tarrito de Alicia en el país de las maravillas donde ponía "Para comer mañana". Para que aplace su decisión, hay que meter el impulso suicida en ese tarrito haciéndole hablar y escuchándole.

"No puedo explicarle lo que me pasa".

Inténtelo: vamos, en cuanto somos capaces de verbalizar un sentimiento, un deseo, un impulso, ya estamos empezando a controlarlo. Y lo mismo sucede con los intentos de autodestrucción y el suicidio.

Quien mucho avisa no se mata.

Falso: quien mucho habla de suicidio es quien acaba cometiéndolo. Hablar de quitarse la vida es un indicador de riesgo: tómeselo en serio.

Bueno, los suicidas son ínfima minoría. El 10 por ciento de nuestra población ha pensado en poner fin a su vida alguna vez y el 1,5 por ciento lo ha intentado, pero es muy difícil dar estadísticas fiables, porque el suicidio se suele encubrir.

¿Por qué?

El suicidio sigue siendo algo vergonzante. El 10 por ciento de los suicidas deja una nota. Recuerdo una ilustrativa al respecto que decía: "Y, sobre todo, hija mía, di a las vecinas que ha sido una embolia y no que me he tomado unas pastillas".

¿Por qué el suicidio avergüenza?

Porque creemos que es un acto libre y si hay libertad hay culpa, así que existe una especie de juicio popular que condena de antemano al suicida y a quienes le rodean.

¿Suicidarse no es nunca un acto libre?

Yo nunca he encontrado libertad en el suicida: siempre eran víctimas de un estado anímico alterado que no les permitía decidir libremente.

¿No hay un suicidio racional?

El 95 por ciento de los suicidas presentan claros síntomas de trastorno mental: depresión, ansiedad, irritabilidad, impulsividad patológica. El otro 5 por ciento es el denominado suicidio balance,al que se llega tras un diagnóstico de enfermedad somática terminal.

¿Y entonces?

Suele haber una depresión más o menos encubierta.

¿Hay familias de suicidas?

Existe un factor genético comprobado en grupos endogámicos como los amish. Y también hay sociopatías que lo favorecen.

¿Como en la anomia de Durkheim?

La falta de referencias, de sentirte de un grupo, te hace más vulnerable a las depresiones, y en ese sentido será interesante comprobar si las redes sociales digitales nos protegen de esa soledad anómica.

¿El amor sigue matando?

Seguimos suicidándonos por amor. El desengaño amoroso aún es la primera causa de suicidio en todas las edades, pero suele ir acompañado de otras disfunciones.

Por ejemplo...

Los cinco factores que favorecen el suicidio son el trastorno mental; los pensamientos o ideas suicidas tras intentos previos; una enfermedad somática crónica; el desarraigo social, o impactos externos que rompen el equilibrio emocional del suicida.

¿Hablar del suicidio lo propicia?

Ocultarlo lo propicia. En cambio, una actitud social proactiva ante el suicidio lo reduce. La prueba es nuestro programa de intervención en la Dreta de l´Eixample, que ha logrado reducir un 66 por ciento las repeticiones de intentos suicidas.

¿Cómo?

Haciendo que, además de los médicos, todo el barrio participe en prevenir el suicidio: residencias geriátricas, servicios sociales, escuelas, asociaciones de vecinos, bomberos, policías... Poca inversión con mucho resultado. Es un modelo que ahora implementarán en otras comunidades.


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