lunes, 27 de julio de 2009

"LA FELICIDAD HAY QUE CURRÁRSELA"



¿La felicidad hay que currársela, de verdad? El filósofo Javier Sádaba -con quien coincidí como tertuliano en un programa de TV hace unos años- es un pensador y un buen conversador, sin duda. Pero, desde mi humilde opinión, carece de esa visión especial -un tanto mística o espiritual, si queremos- que, creo, da sentido e ilumina las cosas que pasan en nuestro mundo real y cotidiano. ¿Escepticismo vital? ¿Reduccionismo o simplemente falta de esperanza -o de amor, que es lo mismo- ante el ser humano y ante la vida? De hecho, ya es sintomático que su último libro se titule "La vida buena" (Ed. Península, abril 2009) o, como su subtítulo reza, "Cómo conquistar nuestra felicidad". Yo, particularmente, creo y persigo más "la mejor vida" -algo muy distinto a la simple "buena vida"- y que está en nosotros -no hay que conquistarla- sino reencontrarse con ella a través del amor verdadero, que es lo que da sentido a nuestra vida! ¿Solo un problema de calificativo y/o matices?

Creo que, aunque coincida en algunos de sus argumentos -como el conocernos a nosotros mismos y lo importante de relacionarnos sánamente con los demás- la clave de la felicidad está en uno mismo y va de dentro a fuera y no al revés, como el filósofo parece afirmar. Según mi punto de vista, da demasiado énfasis en lo externo de nuestra vida para obtener la tan esperada felicidad. Y la felicidad nace de la paz interior con uno mismo, aunque sí es verdad que ésta se manifiesta en nuestras relaciones personales. Porque es esa paz interior la que garantiza -y es una señal evidente- de la preponderancia del amor en nuestra vida y, como consecuencia de ello, de la ausencia de temor. Con amor a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea, nuestra alma se siente bien y serena, lo que hace de nuestras relaciones con el entorno una singular y mágica posibilidad de crecer como seres humanos. El miedo, en cambio -y tal como bien afirma Sádaba- nos bloquea y enturbia nuestras relaciones con nosotros mismos y con lo demás! Al fin y al cabo, los demás siempre actuan como espejo de nuestras fortalezas y debilidades!

¿Síntomas del miedo en la vida? La falta de confianza, la preocupación excesiva por el pasado o por el futuro, el odio, el mal, los juicios hacia uno mismo o a los demás, la baja autoestima, el exceso de pretendida programación de nuestra vida... entre otras miles. ¿Síntomas del amor? La confianza, la no comparación, la singularidad orgullosa, el ansia por vivir intensamente, el valor de compartir, la permanente búsqueda de uno mismo a través de todos nuestros actos del hoy... entre otras miles, claro está!

¿Cómo currarse la felicidad? En primer lugar no es un asunto de esfuerzo ni de elaboración intelectual! Es más, cuanto más la persigamos -de la mano de nuestra gran enemiga e intoxicadora mente dual- más lejos estaremos de ella! La felicidad verdadera que, en cambio, nace de la serenidad interior, como ella misma, fluye ante los acontecimientos de nuestra vida... si la dejamos, claro está! Así, con paz interior -que por cierto, quien la ha vivido, suele reincidir y encontrarla permanentemente en su vida- el amor nos invita a vivir la vida de otro modo: con esperanza. Pero, entonces, la felicidad ya no es un logro, sino un camino que fluye a nuestro paso y un efecto de esa paz interior que emborracha cuando se experimenta, que se expande hacia todo lo que hacemos y que, contra todo pronóstico, crece cuanto más la compartimos con los demás!

Te dejo con la entrevista a Javier Sádaba. Difrútala y extrae tus propias conclusiones!


Javier Sádaba, 67 años, catedrático de Ética. "La felicidad hay que currársela, no viene dada". La Contra de La Vanguardia. IMA SANCHÍS - 09/07/2009

Sigue preguntándose sobre el sentido de la vida?

Tenga sentido o no, es la pregunta fundamental. Hay que preguntarse seriamente si podemos sacarle jugo a esta vida.

En eso estamos todos.

Sí, pero lo que más nos importa se nos suele ir por las rendijas de la trivialidad: al margen de que uno sea futbolista o ajedrecista, nuestra felicidad depende de cómo posamos el pie en este mundo.

Aprendemos caminando.

Hay que tener muy despierta la inteligencia y la sensibilidad, porque hay cantidad de estímulos que nos vienen de fuera y que deberíamos aprovechar. Hay que estar como los indios: con la oreja siempre pegada al suelo. Y me parece decisivo tener carácter, es decir, querer estar bien, no dejarse llevar por los acontecimientos, ir directamente a las cosas con una voluntad fuerte.

Eso es tarea de una vida entera.

La vida buena, la felicidad, hay que currársela, no viene dada como un don del cielo. Y al final lo que uno hace es respirar bien: algo que está en potencia y uno lo pone en acto.

¿Con qué herramientas contamos?

Al final el objetivo es llegar a ser tú mismo, construirte, y para ello es necesario conocerse bien, saber lo que uno puede, cuáles son sus poderes, y desechar lo que no puede. Otra es saber estar bien con los demás.

Eso es muy difícil.

Habría que repetir una y mil veces aquella frase de Bergamín: "Sólo los solitarios son solidarios".

Hay que empezar por uno mismo.

Hay que saber de uno y, después, saber salir a los demás. Si uno es egoísta, aparte de que no hay nada más feo, se achica a sí mismo. Uno crece si crece con los otros. Desarrollar un altruismo inteligente es al final lo que merece la pena.

¿Qué impide la buena vida?

Aparte de uno mismo, en esta época sobreestimulada, ir deprisa por la vida y cierta patología sociopolítica que nos está hundiendo, que ha extendido el reino de la mentira, que valora muy poco a la gente por lo que ella pueda dar. Se trata de un paternalismo desilustrado.

Eso suena terrible.

En los países desarrollados hay un desequilibrio entre el desarrollo tecnocientífico y los sentimientos morales. Una inmensa disfunción entre lo que podríamos hacer y lo que hacemos.

Ponga el énfasis...

Lo pondría en la sensibilidad y los sentimientos, que son la llave para entrar en la vida buena, en nosotros y en los otros, y como guía la inteligencia, que es esclava de las pasiones pero siempre es un gran faro.

¿Y por qué estamos tan perdidos?

Deberíamos reflexionar más sobre aquello que está en nuestras manos hacer y crear unas relaciones mucho más auténticas. Hemos sido cómplices de unas instituciones que no han sabido hacerlo, y por eso estamos tan perdidos.

(...)

Usted dice que todos nacemos con un don, ¿está seguro?

Como decía Descartes, todos somos muy parecidos en inteligencia, pero después es una cuestión de disciplina, suerte y saber estar. La gente tiene capacidades ocultas que bien aprovechadas te pueden hacer la vida feliz.

¿Y para descubrir ese don?

Por una parte está el pensar, el ver como decía Wittgenstein, traspasar las cosas. A veces, callarse y esperar, y la gran mayoría de las veces, callarse y escuchar, fuera y dentro.

Yo, que me paso la vida escuchando, le diría que la acción es básica.

Sí, Wittgenstein decía que un concepto que no se aplica es vacío. Al final hay que comprometerse, hay que jugársela. Uno de los aspectos más deleznable de nuestros días es que no nos la jugamos, hay un miedo difuso que es paralizante. Todo el mundo teme salirse de la raya, ser considerado incorrecto, y las cosas cambian cuando uno actúa en consecuencia con lo que piensa.

¿Persigue la inocencia?

Persigo por lo menos la disposición a la inocencia: saber que las cosas pueden ser de otra manera. "Hay que vivir ingenuamente, y lo digo sin ingenuidad", decía Dostoyevski. De tonto no hay que ir, pero sí esperando siempre lo mejor de los otros, por lo menos como actitud de entrada.

¿El valor supremo?

Lo más artístico e interesante que hay en la vida es construir la propia bondad. El bueno inteligente es la más rara avis que existe, y ese me parece el valor supremo.

¿Y el humor?

Hay un nexo importante entre el humor y el amor, no sólo porque el humor es lo más erótico que existe, sino porque una persona con mucho humor es persona empática.


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