martes, 2 de febrero de 2010

CUENTA CUENTOS


Siempre me han gustado los cuentos! Con ellos, los niños aprenden a imaginar la vida y hallan sus príncipes y princesas, sus palacios, sus duendes y sus hadas madrinas... en los que reflejarse. En una palabra, descubren sus propios valores! En los cuentos infantiles todo es bueno o malo, no hay matices!

Pero, cuando uno crece, va descubriendo que las cosas no son blancas o negras, que hay infinidad de grises por medio! Como decía resignadamente una amiga "qué felices éramos, cuando éramos ignorantes", rememorando esa edad de ignorancia e ilusión, cuando descubrir lo malo y lo bueno bastaba para poder vivir! Pero, cuando crecemos, esas fronteras claras y excluyentes se van diluyendo y uno pierde la referencia entre ambos opuestos. En un momento dado, cada cosa tiene ya su explicación, su matiz, su argumento -tejido por la mente y por el miedo-... pero al momento siguiente... ya no lo tiene o el tiempo lo ha modificado! Pero es en el interior nuestro donde sigue habiendo un juicio inequívoco, justo y severo: la conciencia!

En demasiadas ocasiones tenemos el mal hábito de juzgarnos y de juzgar lo ajeno. Y es que muchos años jugando a "indios y vaqueros", a "policías y ladrones" no pasaron en balde por nuestra infancia! Es más adelante cuando, a fuerza de vivir, alzamos la vista y nos damos cuenta de que, incluso en la Biblia, existe un "ladrón bueno" y otro, "ladrón malo", junto a Jesuscristo en la cruz! Y, a partir de ese momento, uno se cuestiona cómo se puede ser un "ladrón y bueno", o la bondad y la maldad de cada uno! Porque, si vamos más allá del mismo ejemplo bíblico, veremos que ambos ladrones "compartirán el mismo Cielo, una vez muertos", según dice el propio Jesucristo a cada uno de ellos. Y esa es la Justicia Divina, difícil de entender y de aplicar... y que deja sin sentido esa otra justicia humana y limitada que predica el "ojo por ojo, diente por diente" o el "quien la hace, la paga". Aprender a discernir estas dos diferentes justicias -la humana y la divina- es aprender que "lo que parece, no siempre es", entender las Leyes del Cosmos y descubrir que nuestra Conciencia las contiene a ambas... luego es más justa con nosotros de lo que nosotros mismos lo somos!

¿Cuántas veces nos juzgamos a nosotros mismos desde esa justicia miope y humana, donde solo caben vencedores o vencidos, maestros o alumnos, culpables o víctimas... buenos o malos? ¿Cuántas veces juzgamos a los demás, como si tuviéramos suficiente información para tener el criterio justo y apropiado? ¿Cuántas veces nos sentimos juzgados, sin que el prójimo haya emitido un solo juicio? ¿Cuántas veces, incluso, nos condenamos como culpables y a cadena perpétua, por no haber sabido o podido actuar como pensamos que debímos actuar... y no ponemos remedio, cargando de culpa la vida entera? El acto no hace al actor! Alguien puede haber actuado, por ejemplo, de manera egoísta, sin que eso le convierta en una persona egoísta!

Juzgar, al fin y al cabo, no es más que establecer ese límite -muchas veces injusto y sin matices- entre "lo bueno" y "lo malo" en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, como si la cuestión fuera siempre tan fácil, como hicimos en nuestros juegos infantiles. Juzgarse a uno mismo -o a los demás- nos priva del fundamental derecho a la duda o al perdón, necesarios ambos! Porque perdonarse es una actitud, olvidar el pasado, aprendiendo de él y no teniéndolo más en cuenta en nuestra vida! Perdonar es tener el propósito de la enmienda de no volver a caer -"conscientemente", añado yo- en el mismo error... aunque sea humano que pase! Somos humanos y, como tales, disculpados de equivocarnos una y otra vez, aunque no exculpados de intentar siempre aprender la lección que la vida trae consigo e intentar aplicar el aprendizaje a lo que se vivimos ahora!

Yo he cometido muchos errores en mi vida, como todos. No vale la pena ennumerarlos! Sí merece la pena recordar que, hoy y ya, mi intención es no repetirlos, pues haciéndolo, solo me garantizo que mi vida siga siendo un cliclo repetitivo de sufrimiento, de desdicha y de autoculpa conmigo mismo. Cuando somos capaces de perdonarnos, ese ciclo interminable, cíclico y repetitivo de nuestra vida malvivida se rompe... y deja paso a lo nuevo... y al verdadero protagonismo en nuestra vida! Hasta ese gran momento, cada uno arrastramos de por vida los errores propios, los errores de los que nos ayudaron a crecer y educaron, los errores del pasado vivido y los errores, en fin, de toda la civilización que nos precedió en la historia... ¿el famoso y bíblico Pecado Original, quizás? A eso algunos lo llaman "el karma", es decir, todo eso que cada uno de nosotros nosotros debemos subsanar de anteriores vidas, para acabar nuestro aprendizaje vital! Yo no creo demasiado en el karma, lo siento, como tampoco creo en el designio divino en nuestra vida! Todo eso promueve el seguir siendo espectadores pasivos ante nuestra propia vida y perpetua esa justicia humana predeterminada y limitada, negando la verdadera libertad del hombre (otorgada por Dios, qué duda cabe) de decidir por sí mismo, cada día, su propia y nueva vida... y desde su siempre justa conciencia!

Y volviendo a los cuentos infantiles, aquí te traigo una entrevista a una "cuentacuentos" que habla de su trabajo y de cómo los cuentos reflejan las ilusiones e inquietudes más profundas y humanas. Disfruta de la entrevista...


Ana Cristina Herreros, 44 ños, editora y narradora de cuentos"...Y cada año los Reyes Magos le traían una naranja". La Contra de La Vanguardia. IMA SANCHÍS - 06/01/2010

Mi madre era analfabeta y muy pobre. Todos los años los Reyes Magos le traían una naranja que compartía con sus hermanos.

¿Se conformaba?

Las pocas veces que fue al colegio pudo ver las muñecas de porcelana de las niñas ricas, y ese era su sueño, así que un año la familia decidió que todos pondrían dinero para comprarle una muñeca de porcelana. Era una muñeca pequeñita, porque pese a que todos pusieron dinero no daba para mucho.

… Pensaron que ese regalo tan fabuloso no podía entregarse de cualquier manera. Así que un tío de mi madre suspendió a la muñeca con hilo de pescar entre las tablas del pajar, como si la muñeca bajara del cielo.

Qué bonito.

Cuando mi madre entró en el pajar alzó las manos para cogerla, mí tío fue soltando hilo, pero de repente… se rompió el hilo.

¡No!

La muñeca se hizo añicos, pero mi madre la remendó con esparadrapo, y así tuvo la muñeca de porcelana más valiosa del mundo: una muñeca que había que cuidar mucho porque estaba enfermita.

¿Cuándo descubrió que era usted una narradora nata?

Montse, mi amiga del instituto, se estaba muriendo de sida y fui a verla. "¿A qué te dedicas?", me preguntó. Yo era editora, pero me pareció que era algo aburrido de contar, así que le dije: "Cuento cuentos".

Y le pidió uno, claro.

Sí, y cuando acabé mi cuento era como si la vida hubiera vuelto a su mirada. "¡Qué cosa tan bonita haces!", me dijo, y comprendí que si eso lo decía un moribundo era realmente el oficio más bello del mundo.

Desde entonces le cuenta a pobres, a ricos, a ancianos y a bebés...

Los bebés no se enteran del argumento pero sí de lo que tú estas sintiendo mientras cuentas, si te atreves a sentir. Entienden tus emociones, la comunicación es muy profunda.

Cuentan que sus cuentos hicieron descender la mortalidad de una residencia de ancianos.

Cierto. Para que los abuelos estuvieran más interesados utilizaba la técnica de los narradores sirios que cuentan en los cafés: cuando el cuento está en el momento álgido se interrumpen y acaban al día siguiente. Así estuve tres meses, al cabo de los cuales la directora me dijo: "Los abuelos no se mueren... ¡qué les da?". Lógico, pensé, ¿cómo te vas a morir sin saber cómo acaba un cuento? Los cuentos son para vivir.

Ha contado cuentos a príncipes.

En Ammán, a los hijos de Rania de Jordania y sus primos les conté el del monstruo que se comía a los niños, y para que no lo hiciera, cada día una familia le llevaba algo de comer. Pero un niño se comió las albóndigas por el camino y las sustituyó por caca de cabra... "¡Pecado!", gritó la traductora.

… Lo intenté con varios cuentos, incluso con uno palestino, y descubrí que en todos hay pecado, porque los protagonistas se permiten en los cuentos lo que no se permiten en la vida. Y finalmente me dejaron contar.

¿Dónde pasó la noche?

En una jaima de beduinos contadores de historias. Sus historias de amor no acaban con el matrimonio como las nuestras, comienzan con él, ya que antes no se conocen.

Príncipes, y también mendigos...

Estuve montando una biblioteca con textos que encontrábamos en la basura y contando cuentos en el basurero de Guatemala alrededor del cual viven 500 familias. Para que los niños no se mueran durante las vacaciones, las maestras les van a llevar comida, fíjese qué cosa tan tremenda. También he contado cuentos a sordo-ciegos.

¿Cómo se hace eso?

Los niños ponen una mano en la traductora y otra en mi cuerpo para sentir la resonancia de la voz y la respiración. "¿La princesa tiene el pelo rojo?", me preguntó una niña.

¿Qué ha aprendido a lo largo de 18 años contando historias?

Necesitamos contarnos a través de las historias, y tener la certeza de que un mundo justo es posible, porque lo que cuentan los cuentos populares es que no importa lo equivocadamente que obres en un momento de tu vida, siempre habrá alguien que te ayude. Cuentan la confianza en el otro.

Tiene usted algo de bruja, de maga.

La mujer fue polarizada entre el hada (guapa y buena) y la bruja; pero los cuentos populares dicen que hada, maga y bruja son la misma persona: mujeres con experiencia y poder, que viven solas, que no necesitan la protección de ningún hombre, algo muy transgresor para la sociedad patriarcal, por eso se las aparta, se las relega a los bosques.

Ahora las princesas de los cuentos no quieren comer perdices, y resulta triste.

Es la otra cara del mismo estereotipo, el de la princesa y su príncipe. El arquetipo de la princesa es la mujer que es capaz de ponerse en camino y encontrarse a sí misma mejorada, por eso todas las mujeres acaban convirtiéndose en princesas, si quieren.

¿Qué vence a los monstruos?

El humor, la astucia, no la violencia. Y los vence el ser más pequeño. Tras cada monstruo hay un miedo profundo, tras los tragaldabas el miedo a que tu madre te devore, a que no te deje ser. El cuento cuenta lo que le preocupa profundamente al ser humano.



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