jueves, 18 de febrero de 2010

LA HERENCIA DE NUESTROS HIJOS



Muchas veces insisto a personas a quien trato en la importancia de ser como uno es y crecer! Uno debe asumir la responsabilidad y protagonismo de su propia vida, sin delegar en nadie ese rol, ya sea un ente divino, ni un ser amado, ni el azar! Esa responsabilidad es el Don más precioso de que disponemos y la propia vida no es más que la oportunidad de desarrollarlo, aprendiendo de las dificultades que siempre enseñan y compartiéndo ese Don con los demás! Y eso, ni más ni menos, es amor. Lo contrario, es decir, resistirse a ser uno mismo a cambio de confortabilidad o presunta seguridad, crear una vida artificial en la que institucionalizar esa renuncia o negarse a compartirlo con los demás es, simplemente, miedo!

Pero si ese argumento vital cobra especial sentido en esta vida es, precisamente, cuando tenemos a "esos locos bajitos" (como dice J.M. Serrat), nuestros hijos, que nos observan a diario y aprenden más de nuestros gestos, que de nuestras palabras! Porque es nuestra ilusión por la vida y nuestro ejercicio cotidiano del amor lo que los hará seres sanos, alegres y felices. Ellos no necesitan solo de nuestros cuidados y atenciones, sino que necesitan encontrar sentido a sus vidas -como todos- para poder entender esta vida llena de valles y cumbres que, con toda seguridad, vivirán! Eso nos obliga a dejarles ese importante legado, en el que no es tan importante tener o parecer, como ser y querer ser!

En muchas ocasiones intentamos aleccionar a nuestros hijos con lecciones que luego no ven en nuestra realidad. Tener un hijo y quererle es transmitirle esa seguridad, ese amor y esa confianza que nosotros debemos tener en nosotros mismos, en los demás y en la vida. Si no obramos tal y como predicamos, no les transmitimos más que incoherencia, inseguridad y miedo, lo que, sin duda, desorienta al hijo y lo deja al albur de los acontecimientos. Es por eso que muchos de nosotros arrastramos durante demasiados años las inseguridades, carencias y asignaturas pendientes de nuestros progenitores, aunque nos ofrecieran en su momento todo su afecto! Educar es hacer crecer sanos, independientes de nosotros y equilibrados a unos hijos para que ellos mismos sean capaces de forjar su propia vida, sin lastres heredados. ¿La mejor manera de educar a un hijo? Que los padres dejen la pedagogía a los profesores y se dediquen a ser felices y amar, para que los hijos lo aprendan a hacer y a buscarlo en su vida!

Pero la vida es una paradoja maravillosa! Porque no nos envía unos hijos como si fueran seres vacíos, sino que traen todo eso que los mayores hemos ido perdiendo con la presunta sabiduría y la experiencia, es decir, todo lo que nos impide ser felices! ¿La paradoja? Pues que debemos educar a unos alumnos aventajados que, muy seguramente, saben más de la vida, el amor y la felicidad, que nosotros mismos... aunque no sepan decirlo con palabras cuando nacen! ¿Quién enseña a quien en esta vida, los padres a los hijos o viceversa? Nosotros los adultos debemos enseñarles a ser ellos mismos y felices, a pesar de la sabiduría y la experiencia... mientras que los hijos deben enseñarnos a ser más nosotros mismos y a ser felices, gracias a su ignorancia y su inexperiencia!

Te traigo un texto que habla, entre otras cosas, de los padres. Extrae tus propias conclusiones...


Sobre ser padres

Soy padre de dos chicos de 10 y 12 años, Lluís y Jordi. Todos los que somos padres sentimos algo muy especial hacia nuestros hijos, un amor profundo que, llegado el caso, daríamos nuestra vida por salvar la de ellos.

Sé que como padre puedo proyectar mis propios miedos en mis hijos. Suele ocurrir que, inconscientemente, se vayan transmitiendo miedos de generación en generación. Por eso es importante que todos los padres aprendamos a amar incondicionalmente a nuestros hijos, es decir, no a través del “te quiero si…”. Así es como hemos sido educados la mayoría de nosotros. Esa breve frase ha arruinado muchas vidas. Y nos fuimos mal acostumbrando a pensar que con una buena conducta o con unas buenas notas en la escuela podíamos comprar amor y aceptación. En realidad, de esa manera no se puede desarrollar el sentido del amor ni de la autoestima. Si hubiéramos crecido en el amor incondicional (sin ningún te quiero seguido de si) y en la disciplina, quizás tendríamos mucho menos miedo ante las dificultades de la vida, y menos culpa y angustias, los verdaderos enemigos del hombre.

Como padres, deberíamos preocuparnos más por ser felices nosotros mismos. Nuestros hijos nos quieren a nosotros. Démosles nuestro tiempo. Juguemos con ellos. Querámoslos, respetémoslos, escuchémoslos, aceptémoslos, comprendámoslos y apoyémoslos incondicionalmente. Confiemos y creamos en ellos. El regalo que nuestros hijos agradecerán toda la vida es que nosotros estemos felices, alegres, optimistas y positivos. Con una actitud fuerte, les enseñaremos a superar cualquier problema o adversidad. Los chicos aprenden en un 93% por imitación, quieren saber y hacer como los adultos. Atrevámonos a ser nosotros mismos, sin engañarnos. Nuestros hijos lo aprenderán. Si nos escondemos, también lo aprenderán.

“Cómo ser feliz cada día”, Raimon Solà.


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