viernes, 14 de mayo de 2010

LA VIDA ES DEMASIADO CORTA PARA APRENDER SOLO DE UNO MISMO



Toda persona que se cruza en nuestra vida es una inigualable oportunidad para aprender. Quizás por eso los místicos afirman que cada encuentro con alguien es algo singular y mágico, como lo es de por sí cada persona! Nos ayuda a aprender sobre nosotros mismos... o sobre los demás! Por eso el ser humano es un ser eminentemente social. En el prójimo se proyecta lo que uno es o lo que uno carece, lo que desea ser. Los demás actúan como espejos, en los que nos vemos reflejados, con todas nuestras aptitudes y debilidades. Lo que nosotros no podemos -o no queremos- ver de nosotros mismos, lo vemos en los demás que nos rodean. El caso más evidente es el de los padres y los hijos que, teniendo un origen genético, caracteres y circunstancias ambientales en principio similares, los hijos nos miran a nosotros los padres como referentes o modelos, pero los hijos son también una oportunidad de vernos a nosotros mismos cómo fuimos... o cómo pudimos ser de haber tomado un diferente rumbo en la vida!

Así, nuestra relaciones con los demás se convierten en una lección constante sobre nuestra realidad personal. Si, por ejemplo, nos dejamos dominar por el miedo y mostramos un temperamento violento, implantamos en nuestras relaciones personales esa agresividad y, por decirlo de alguna manera, atraemos la parte violenta de las personas que tratamos. Y eso es así, en la versión miedo, así como en la versión simpatía, optimismo, felicidad... Por ello esos espejos que son los demás nos muestran partes conocidas o desconocidas de nosotros mismos.... y es esa conciencia sobre nosotros mismos y el modelo que libremente queremos adoptar para nuestra vida lo que detemina lo que, al final, estamos obteniendo de nuestra vida. Por poner un ejemplo un tanto caricaturesco, si estamos confundidos, aparecen en nuestra vida personas con similar confusión y, a la vez, aparecen otras personas preclaras y firmes en su camino, lo que serían un posible guía. Y, al fin, nosotros podemos negarnos a nosotros mismos la confusión, engañándonos a nosotros mismos, aceptando en nuestra vida solo a esas personas que corroboran nuestro estado de confusión -y potenciándolo y perpetuándolo- o bien rechazar a las personas de este tipo y, en cambio, identificar y aceptar a esas otras personas -que, sin duda, también se hallarán próximas- que su propia actitud de firmeza nos ayuden a solucionar nuestra confusión y a enderezar nuestro camino.

En todo caso y por lo visto hasta aquí, cualquier relación humana (que por cierto, no todas lo son... pues no tienen la conexión auténtica entre las personas) es una oportunidad singular y privilegiada para aprender y mejorar en la vida, ya sea con nuestra pareja, hijos, familia, compañeros de trabajo, jefes... incluso la más circunstancial y aparentemente efímera de las relaciones que se dan en nuestra vida. Como alguien dijo, "la vida es demasiado corta para aprender solo de uno mismo"...

Te traigo el fragmento de un interesante libro, en el que habla de las relaciones humanas. Disfrútalo y extrae tus propias conclusiones...


"Aunque honremos la cordura de los viejos es conveniente procurar adquirirla cuando puede sernos todavía de un auxilio precioso.

A los que objetan que no hay nada como la experiencia personal les diremos:

¿Es necesario haber sufrido un mal para prevenirlo y curarlo?

Los médicos, en su mayoría, no sufren jamás ninguna de las enfermedades que cuidan, y esto no les impide combatirlas victoriosamente.

¿Por qué no puede hacerse para el alma lo que se hace para el cuerpo?

Los médicos ven primero en los libros y luego en las lecciones de la vida los principios del conocimiento de las enfermedades, así como los remedios adecuados.

No precisan envenenarse para saber que una planta es nociva y que otra contiene la substancia bienhechora que destruye los efectos de la primera.

Todo el mundo puede tener cordura, si se llega a comprender bien que la experiencia ajena puede ser de tanta utilidad como la propia."

Del libro “El sentido común”, de Yoritomo Tashi.

 

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