jueves, 11 de noviembre de 2010

MI OTOÑO



La vida, estos días, me ha llevado a la preciosa ciudad de Salamanca, donde año a año imparto una clase de Comunicación en la Universidad Pontificia. Este pequeño receso académico en mi vida ordinaria de Barcelona, renueva mi espíritu al enfrentarlo a jóvenes que están dónde y cómo yo estuve hace ya muchos años: iniciando su vida. Aparte, esta monumental ciudad barroca me permite –paseando sin prisa por sus empedradas y bien cuidadas callejuelas- me invita a reflexionar en mi vida, dándome cuenta que antiguamente la sabiduría era un privilegio de pocos y estaba encerrada en enormes y crípticas universidades, donde se impartía dosificado el Conocimiento sobre la vida. Si añadimos la belleza de sus parques y bosques amarillos, ocres y rojizos de sus árboles en otoño, el espectáculo está servido!

Hoy, una vez finalizada mi estancia en Salamanca de un par de días y ya de camino a casa, pienso en voz alta muchas cosas que se han revolucionado en mi interior estos días pasados conmigo mismo. Me doy cuenta de que la Sabiduría hoy –afortunadamente- está en la calle, en nuestra vida, en la Naturaleza y que, lo que se encerraba en los muros infranqueables de esas Universidades, no era otra cosa que el miedo a compartir algo que debió estar siempre accesible a todos y cada uno de los ciudadanos de este mundo. Platón, Einstein o cualquiera de los célebres personajes de la historia de la Civilización tenían las mismas dudas que hoy yo tengo, muchos años o siglos después. Y es que, cada vez que alguien nace en este mundo, inicia –voluntaria o involuntariamente- un camino nuevo de la Civilización y lo renueva con su personal aportación y particular misión en su vida. Nadie puede andar nuestro camino por nosotros ni privarnos de aprender en él, paso a paso, y con nuestra propia historia.

Por otro lado, también pienso que el Conocimiento no puede ser encriptado, ni guardado para uno mismo, sino que está para ser compartido, aún admitiendo que yo, incluso en frente de ávidos jóvenes con ansia de aprender en mis clases, apenas puedo explicarles algo que les sirva para sus propias vidas. Lo que yo pudiera explicarles de mi vida ya no sirve a personas que tienen un presente radicalmente distinto al mío, a pesar del esfuerzo que pueda hacer yo en ponerme en su piel e intentar vislumbrar lo que será su propio camino. El mío, la verdad y a pesar de mi edad de teórica madurez, solo ha hecho que empezar y, como el de ellos, se renueva cada día con una nueva vivencia, como el de ellos, como el de cualquiera en este mundo. Hoy solo sé hacia dónde voy –lo que ya es mucho, dadas las circunstancias y la incertidumbre actual- pero aún desconozco el cómo y el cuándo. Pero he aprendido –después de demasiados años de miedo y desconfianza hacia ella- a confiar que la propia vida resolverá mis dudas y me pondrá enfrente lo necesario para irlo definiendo día a día. Aunque es verdad que, también ahora mismo me he dado cuenta, de que debo estar preparado para saber y poder encontrar esas señales que marquen mi rumbo, sin estar distraído en las circunstancias efímeras que pone ante mí la vida. Y estar preparado es haberme vaciado de mi pasado, de mis problemas cotidianos de lo superfluo y, en cambio, estar bien atento y saber sacar las lecciones que cada acontecimiento –favorable o desfavorable- trae siempre consigo. Y perder el miedo a equivocarme para aprender, porque eso es, precisamente, lo que me ha traído hasta aquí y lo que me ha hecho fuerte, aunque haya vivido momentos de incertidumbre y de desilusión, para llegar a serlo.

Y también pienso en el otoño que me circunda. Ese otoño hoy más que nunca amarillo, dorado, en mi vida! Esa estación en la que los árboles se desnudan, pierden –como yo mismo- hoja a hoja lo superfluo y se quedan en su esencia, el rudo tronco que, aparentemente muerto, guarda en su interior la savia de la vida para que, cuando llegue de nuevo la primavera, pueda hacer rebrotar esas hojas tiernas y nuevas que darán colorido a la Primavera. Y pienso que los árboles aceptan perder esas hojas sin aspavientos, sin miedo, sin vergüenza… e incluso mostrando con orgullo y elegancia sus mejores galas amarillas, ocres, pardas y doradas, con la que forman esas preciosas alfombras de mullidas hojas que adornan mis pasos y me recuerdan que todo eso es necesario para recibir la nueva vida cuando llegue el momento.

Y también pienso -¿o siento, internamente?- en el amarillo de esos bellos y otoñales pasajes que decoran mi viaje y le dan la magia que hoy yo necesito en mi vida. Amarillo por doquier, removiendo mi corazón sensible e invitándome a buscar ese amarillo también en mi corazón, hoy hipersensible, pero esperanzado. Ese amarillo que, luminoso y con diferentes matices, nos espera en algún bello paraje –quizás en un tejado, por qué no- para poder ser redescubierto y reencontrarnos con nosotros mismos, en la calidez de nuestros sentimientos compartidos… incluso en la distancia! Supongo que cada uno de nosotros tenemos un color que nos conmueve en un momento dado, que nos lleva a ese camino propio que, demasiadas veces, creemos perdido o incierto! Y, aún en el frío otoño, ese amarillo nos sorprende en cada rincón, en cada momento de nuestro día y nos invita a creer en nosotros, en los demás y en nuestra vida… y recordar que alguien, cerca o lejos, nos ama, aunque sea en silencio!

Quizás hubiera podido encontrar ese mismo amarillo cercano en mi propia ciudad, en mis próximos paisajes otoñales… pero la niebla y el frío, la rutina y la vida ordinaria nos lo oculta con pequeñas e insignificantes vicisitudes diarias! A veces hay que aprender a salir de nuestro propio, a veces claustrofóbico e insignificante universo de personas y circunstancias… para poder ver y, sobre todo, sentir ese amarillo que creímos perdido y que no está más allá que en nuestro propio corazón, esperando a ser, de nuevo, sentido y compartido!


Miguel Benavent de B.

 

Tell me when this blog is updated

what is this?