lunes, 29 de noviembre de 2010

NUESTRA INTEGRIDAD... Y LOS DEMÁS!



Reconozco que, como a ti, a veces me cuesta ser íntegro, ser coherente con mi Conciencia... y no dejarme arrastrar por el miedo al que dirán! Por la razón que sea, en muchas ocasiones -aún actuando bien y según el dictado de mi ser profundo- necesito de la aceptación y del reconocimiento de los demás para convencerme de que he actuado como debía! Qué fragil es la convicción y la firmeza humana que necesitan del plebiscito de los demás!

Y, sin duda, actuar bien es lo que cuesta, pues muchas veces exije firmeza y valentía desafiar a los pensamientos y a la aprobación propios... y de los demás, sobre todo porque éstos demasiadas veces nos juzgan en voz alta y sin venir a cuento! Demasiadas veces he pensado que lo mejor es no juzgar a nadie para evitar esta situación! No obstante, estamos en una sociedad en la que, queramos o no, se nos ha enseñado a juzgar! Y, como suelo afirmar, no hay juez más severo y estricto que el que habita en nosotros mismos. ¿Por qué, entonces, estamos más dispuestos a acatar el juicio ajeno y, a cambio, desatender al nuestro propio? Porque, que duda cabe, que el de los demás será muchas veces imparcial, inexacto o no contemplará toda la verdad que hay tras una acción... y en cambio el nuestro es íntegro, pues contempla -ni más ni menos- que nuestra coherencia con nosotros mismos y con la vida que deseamos -profundamente- crear y vivir nosotros! ¿Por qué ser complacientes ante los demás, aún cuando esto nos cueste la culpabilidad ante nuestra propia Conciencia? ¿Qué coste tiene para nosotros este autoengaño?

Yo, desde hace un tiempo, estoy aprendiendo a dejar de juzgar... incluso a la vida! Puedo opinar -si se me piden una opinión-, pero teniendo cuidado de no juzgar a nada ni a nadie! Si juzgo, seré juzgado... aunque la verdad es que, lo haga o no, seré igualmente juzgado por personas aficionadas a ello. Y es que juzgar a los demás, para mucha gente, no es más que el recurso y el divertimento humano -pero absurdo, peligroso e inútil- de dejar de juzgarse a ellos mismos... sin recordar que, precisamente, lo que ven en los demás es muchas veces -por no decir siempre- lo que no son capaces de ver en sí mismos! Es más, por un algoritmo social de cuestionable razón, cuanto más juzgamos a los demás, menos lo hacemos a nosotros mismos! Y es que, la verdad, "cuesta menos ver la paja en el ojo ajeno, que en el propio". Así que, otra de las cosas que estoy aprendiendo en mi vida es, precisamente, a observar qué me molesta o me duele de los demás, para descubrir qué me molesta o me duele de mí mismo... y me niego a ver y, por tanto, a corregir!

Ni que decir tiene que, si todos aprendiéramos a ver en los demás nuestros propios errores y carencias, el mundo cambiaría a mejor! Solo así las personas aprendemos y la suma de alumnos aventajados en ello cambiaría definitivamente el mundo ajeno, injusto e insolidario que, entre todos, hemos creado! Al fin y al cabo, ser más íntegros -es decir, más justos, libres y coherentes- con nosotros mismos y, por tanto, menos complacientes con los juicios y percepciones de los demás, es lo que hará de cada uno de nosotros mejores personas y, de nuestra aportación al mundo, algo útil que erradiacaría definitivamente esa incoherencia, injusticia e insolidaridad de nuestra sociedad insana! Lo contrario es buscar culpables a nuestras propias culpas y debilidades, provocar nuevas víctimas de ellas y sentirnos defraudados ante un mundo hecho más de la suma de nuestras carencias, que de la suma de nuestras fortalezas! Menos mal que la vida, en un momento u otro, se muestra radical e inflexible, poniendo las cosas en su sitio y permitiéndonos entender -a veces, por la fuerza- que los demás no son más que un espejo crudo, inusitado pero real, de nuestras propias fortalezas y debilidades!

Miguel Benavent de B.

Te traigo un texto ajeno que habla, precisamente, de la integridad. Léelo y extrae tus propias conclusiones...

REFLEXIONES SOBRE LA INTEGRIDAD
"La verdadera integridad es hacer lo correcto, sabiendo que nadie sabrá si lo hiciste o no". OPRAH WINFREY

La integridad es el común denominador que sustenta todos los demás principios de la grandeza del día a día. Por ejemplo, si a alguien lleno de valor lo perciben como deshonesto, le temen y lo evitan. Si ven como inmoral a alguien que realiza un acto de caridad, suponen que es un manipulador egoísta. Por tanto, sin la base de la integridad, todos los demás principios son rebajados sobremanera.

Las personas con integridad son aquellas cuyas palabras concuerdan con sus hechos y cuyas conductas reflejan sus valores. Se puede confiar de modo incondicional en su honestidad y su moral. Honran sus compromisos. Son dignas de confianza. Se les conoce por hacer lo correcto, por los motivos correctos, en los momentos correctos. Aunque numerosas leyendas de integridad se llevan a acabo en ambientes públicos donde otros pueden verlos, a menudo los ejemplos más poderosos ocurren en la tranquila quietud de un momento privado: cuando nadie más los ve. Tal es el caso en “La mejor pesca de mi vida”.


LA MEJOR PESCA DE MI VIDA
James P. Lenfesty

El chico tenía apenas once años, y cada vez que tenía tiempo libre se iba a pescar desde el muelle de la cabaña que su familia poseía en un islote, en medio de uno de los muchos lagos de New Hampshire.

La noche anterior al inicio de la temporada de pesca del bass, él y su padre pescaban peces-luna y percas con carnada de lombrices; ató al cordel un pequeño cebo plateado, y se dedicó a lanzar la plomada con la caña de pescar. De pronto la caña se arqueó, y supo que al otro extremo había atrapado algo enorme. Con admiración, el padre observaba la hijo trabajar como un veterano a lo largo del muelle. El chico sacó con cuidado al pez exhausto del agua. Era el más grande que jamás había visto, pero era un bass.

Padre e hijo contemplaron el robusto ejemplar, que movía las agallas bajo la luz de la luna. El padre encendió una cerilla y miró su reloj. Eran las diez de la noche, y faltaban sólo dos horas para que comenzara la temporada. Miró al pez, y luego al niño.

-Vas a tener que dejarlo ir, hijo -sentenció.
-Pero, ¡papá…! -se quejó el muchacho.
-Ya vendrán otros -le consoló.
-No tan grandes como éste -volvió a quejarse el chico.

El muchacho paseó la mirada por el lago. No se veía pescador ni bote alguno en derredor bajo la luz de la luna. De nuevo, miró a su padre.

Aunque nadie los había visto, ni nadie podría adivinar en qué momento hizo su captura, por la firmeza de la voz paterna el chico supo que la decisión no era negociable. Con desgana, sacó el anzuelo de la boca del enorme pez, y lo devolvió a las negras aguas.

La criatura hizo cimbrear su poderoso cuerpo y desapareció. El muchacho sospechó entonces que nunca volvería a ver un ejemplar como aquel.

Sucedió hace treinta y cuatro años. Hoy, el niño es un exitoso arquitecto de Nueva York. La cabaña del padre todavía sigue en pie, en el islote, en medio del lago. El hijo lleva allí a los suyos a pescar desde el mismo muelle. Y el tiempo le dio la razón. Nunca más volvió a pescar un pez tan magnífico como el que capturó aquella noche, tres décadas y media atrás. Pero lo vuelve a ver una y otra vez siempre que se le presenta una cuestión de ética.

Pues, como le enseñó su padre, la ética es algo tan simple como decidir qué está bien y qué está mal. Lo único difícil es ponerla en práctica. ¿Nos comportamos correctamente cuando nadie nos ve? ¿Dejamos sin pulir un trabajo con tal de entregarlo a tiempo? ¿Renunciamos a comprar acciones basándonos en información que no se supone que tengamos?

Lo haríamos si nos hubieran enseñado de niños a dejar ir al pez. Porque así habríamos aprendido la verdad. La decisión de hacer lo correcto vive fresca y fragante en la memoria de cada uno de nosotros.

“Grandeza para cada día” de Stephen Covey.

 

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